Los 90 son unos años realmente intensos y satisfactorios, en lo personal y lo musical. Es una época en la que se mezcla juventud, trabajo y dinero, y todo tipo de influencias musicales. Además, desde la década anterior, el vinilo y el casete van siendo arrinconados por el formato digital, con un sonido más limpio y en teoría duradero. Adiós al radiocasete con doble pletina, bienvenidos el reproductor-grabador de cd’s y el Discman. Se multiplican los recopilatorios y los discos con extras ¡para qué voy a meter un lp de solo diez canciones, si en el cd entran más de 20! Pasamos en poco tiempo de los discos AAD a los DDD, la rebaja en los precios, y me convierto en un adicto de la compra y la grabación, lo que me permite ir completando mi formación. Por entonces comparto habitación con un hermano diez años menor, y la lucha por ser el dj dominante es tremenda. Mis gustos clásicos y ochenteros chocan de frente con los de un menor de edad y proyecto de JASP que se está iniciando con el grunge y el brit-pop. Sólo coincidimos en U2 y R.E.M. Pero yo soy una esponja. Y empiezo a escuchar a Stone Roses, Charlatans, Shed Seven, Supergrass, Smashing Pumpkins, Offspring, Green Day, James ¡cómo me gustaban James!!… y al final le cojo el gustillo, y un día acabamos a dúo cantando aquello de “Millions of peaches, peaches for me, millions of peaches, peaches for free”. Como sucedió en los 80, empezaron las comparaciones ¿eres de Oasis o Blur? ¿Beck o Suede? ¿Tricky o Massive Attack? ¿Nirvana o Soundgarden? Yo era de Pearl Jam, hasta que más adelante escuché el OK Computer y pensé que podía tocar el cielo con los dedos. Pero los 90 fueron también idóneos para profundizar en las raíces, volver una y otra vez al soul, el blues, el rock&roll, el garage o la música surf, a la vez que me interesaba por corrientes desconocidas para mí como el hip-hop o el trip-hop. Y por grupos de nombres extraños y sugerentes como Teenage Fanclub, Ocean Colour Scene o Manic Street Preachers. Recuerdo además a una novia un poco hippy que me martirizaba (es cuestión de gustos, claro) con Serrat, Silvio Rogríguez, Aute, Pablo Milanés y, lo que es peor, Víctor Jara. En cuanto podía, para contrarrestar, me suministraba alguna dosis potente de los Who, Led Zeppelin, Lou Reed, la Creedence, Elton John o Police. Lo que fuese. Y junto a este caudal musical, Madrid ofrecía una vida nocturna bulliciosa y animada. Todo tipo de pubs, garitos, lugares más o menos sombríos, el apogeo de los afterhours y de la cultura rave y el bacalao (esto último daría para otra entrada en el blog). Las posibilidades son infinitas. De Huertas a Malasaña, de Chueca a Centro, del Sirocco al Morocco y del Sol (mi templo preferido) al Ya’sta. Los locales a reventar, la gente bailando frenéticamente al ritmo de Primal Scream o Happy Mondays, cuando no suena un rejuvenecido Paul Weller experimentando con el sitar o el nuevo gurú Jamiroquai. Flashes que vienen a mi memoria…
Amanece en Madrid, la boca pastosa, los ojos enrojecidos, la ropa oliendo a humo, el estómago rugiendo por un bocata de panceta con pimientos… y en mi cabeza todavía resuena la melodía de Teardrop.
TO BE CONTINUED
Este disco de Massive Attack, Mezzanine, lo tenéis en la Biblioteca, así como otros de algunos de los grupos que se mencionan en este post.
Y para finalizar, una propina.