Se dice que a lo largo de la vida las personas morimos y renacemos en alguna ocasión, en estos días se conmemora el 75 aniversario de la muerte del genial poeta Antonio Machado. Por este motivo hay numerosos actos que hacen renacer su obra. Su triste final lo endulzamos desde aquí recordándole con mucho cariño.
A la muerte de su mujer, Leonor, se trasladó a la ciudad de Baeza, como profesor de francés en el Instituto de la Antigua Universidad baezana, dónde la luz y el aire revitalizaron y cicatrizaron sus heridas, lugar lleno de monumentos y gente sencilla y acogedora que le fueron mitigando su dolor.
Es fácil imaginarlo paseando por el camino que lleva su nombre, en la parte alta de la ciudad desde dónde se puede divisar un mar verde de olivos alineados perfectamente en las faldas de las sierras Mágina y Cazorla. Aún hoy se puede visitar el aula dónde daba clase y escucharlo a través de esta poesía.
Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de lluvia tras los cristales.
Es la clase. En un cartel
se representa a Caín
fugitivo, y muerto Abel
junto a una mancha carmín.
Con timbre sonoro y hueco
truena el maestro, un anciano
mal vestido, enjuto y seco,
que lleva un libro en la mano.
Y todo un coro infantil
va cantando la lección:
”mil veces ciento, cien mil,
mil veces mil, un millón”.
Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de la lluvia en los cristales.
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Recuerdo infantil. Antonio Machado
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