Alguien dijo que Berlín es una ciudad con calles diseñadas para que por ellas desfilen los ejércitos; los protagonistas de estos libros, sin embargo, contradicen este diseño y tan solo pasean, sencilla y humildemente, por esas mismas calles. Y cada uno, en su libro, descubrirá una ciudad diferente.
Si Berlín es una ciudad cargada de historia, que lo es, sobre todo es una ciudad herida por la historia. El paseante por sus calles encuentra hoy lo que los berlineses llaman “la cicatriz”, la marca en el suelo que recorre con un pavimento ligeramente diferenciado los 45 kilómetros de lo que fue el Muro de Berlín. Pero no es la única cicatriz: toda la ciudad muestra sus heridas de guerra, de la II Guerra Mundial particularmente, nos muestra cómo ha transformado -o no- edificios muy característicos de la arquitectura nazi y los de la arquitectura socialista de tipo soviético. Y el eje histórico sobre el que gira en la actualidad es indudablemente la última guerra mundial y las ruinas que provocó. Dos de los libros de los que quiero hablar se encuentran en un lado de este eje de la historia, los otros dos del otro lado.
Franz Hessel escribió su libro Paseos por Berlín (Spazieren in Berlin, Leipzig 1929) como un homenaje del paseante a su ciudad, a la ciudad que recorrió a pie, en tranvía, en coche, en barco… Hessel, nos dicen, es uno de “los mayores prototipos de flâneur, un perfecto observador —y con una prosa tan bella como versátil— de las cosas y del tiempo, a quien la metrópoli se le presenta como un paisaje, como una multitud de lugares vividos donde ha quedado depositada la memoria impersonal y colectiva de la urbe entera. Para él, pasear no es simplemente percibir la ciudad, sino rastrearla: detectar huellas, detalles, matices, impresiones fugaces”. (Errata Naturae)
Pero la ciudad que Hessel recorría paseando ya no existe. Berlín ha sido tantas veces destruido y reconstruido y vuelto a destruir que ya se ha convertido en una enseña de la ciudad la constante transformación y el constante rediseño. Ya lo notó el autor, previendo el futuro:
No sólo se quiere transformar el cinturón y las afueras por medio de una urbanización planificada a gran escala, también en el casco viejo de la ciudad hay que realizar innovaciones. La futura Potsdamer Platz estará rodeada de edificios de doce pisos. El barrio de Scheunen desaparecerá; entre la plaza Bülow y la Alexanderplatz surgirá un nuevo mundo constituido por bloques de edificios. Siempre se hacen nuevos proyectos para armonizar los problemas del negocio de la construcción y el tráfico.
El paseante recorre Kurfürstendamm (antiguas infamias arquitectónicas y las nuevas soluciones y salvaciones), Charlottenburg (zona de barrio pequeñoburguesa), Kaiserdamm (una amplia zona de nueva construcción, allí se construirán los dos grandes almacenes de depósito, las naves para los vagones del tren), visita la fábrica de turbinas de la Huttenstrasse (Berlín también tiene su peculiar y notoria belleza a la hora de trabajar. Hay que ir a visitar sus templos de la máquina y sus iglesias de la precisión), los grandes almacenes (no son confusos bazares en los que se producen agolpamientos, sino despejados panoramas de gran organización), los cabarets (en otro tiempo me parece que todo esto tenía que ser pecaminoso) o el célebre parque zoológico (quiero hablar de las curiosas viviendas que ocupan los animales) y el principal parque de Berlín, el Tiergarten (aquí es todo tan boscoso y laberíntico como hace treinta o cuarenta años, cuando el último emperador convirtió el parque natural en algo más visible y representativo). El viajero actual no reconocerá, de lo que describe Hessel, más que el nombre y un aire de vago recuerdo que siempre hace pensar “esto no ha debido de ser siempre así”. Los grandes almacenes son hoy iguales de los de cualquier capital, los cabarets tiendas de souvenirs, y el Tiergarten fue arrasado en la posguerra, y vuelto a plantar.
Diez años después del de Hessel, Christopher Isherwood publicó su libro Adiós a Berlín (Goodbye to Berlin, Hogarth, 1939), donde de nuevo el autor es el protagonista. Esta colección hilada de relatos autobiográficos sobre la estancia de un profesor de inglés en el Berlín de los años 30, que se debate entre violentas manifestaciones nazis o comunistas, dio lugar por ejemplo a la película Cabaret (1972). Aquí no encontraremos descripciones de las calles ni los barrios ni las ocupaciones de sus buenas gentes, sino la vida privada de un puñado de berlineses muy variados, desde una cabaretera a una noble adinerada, familias humildes y camorristas de barrio bajo. Si el protagonista Issyvoo -como le llaman allí- es consciente de que debe salir de Alemania cuanto antes para esquivar a los nazis, también está atado a la ciudad, quiere vivir su ritmo subterráneo, convivir con los habitantes de sus pobres patios interiores, acudir a los cabarets, pasear la ciudad.
El local estaba casi vacío. Miré a los escasos clientes intentando verlos con los ojos desilusionados de Bobby. Tres chicas atractivas y bien vestidas estaban en la barra. La de más cerca, muy elegante, tenía un cierto aire extranjero. En una pausa en nuestra conversación oí algunas palabras de la suya con el otro barman: hablaba en vulgar dialecto berlinés y estaba cansada y aburrida. El labio inferior le colgaba. Un hombre joven, un chico guapo y bien vestido de smoking que podría haber pasado por un estudiante inglés en vacaciones, vino a mezclarse en la conversación.
Pero sus paseos, de nuevo, no servirán al viajero actual como guía sino como reclamo, en todo caso, para buscar por la actual Berlín las huellas de aquéllos cabarets, posiblemente hoy convertidos en falsos reclamos para turistas o en clubes de música tecno para berlineses o incluso -hay pruebas de ello, y es bastante significativo- en un supermercado ecológico repleto de productos bio. La descripción que hace Isherwood del Berlín de los años 30 contiene, no obstante, elementos que perviven:
Berlín tiene dos centros: uno es el enjambre de hoteles caros, bares, cines y tiendas que se agrupa alrededor del templo conmemorativo Kaiser-Wilhelm-Gedächtniskirche, chispeante haz de luces como un diamante falso en la penumbra dudosa de la ciudad; el otro, ese estudiado conjunto de edificios públicos cuidadosamente dispuestos alrededor de Unter den Linden, copias de copias de todos los grandes estilos, indicativos emblemas de nuestra dignidad de capital: el parlamento, un par de museos, el banco nacional, la catedral, la ópera, una docena de embajadas, un arco triunfal. No falta nada. Todo tan pomposo, tan correcto.
Hoy lo que queda del templo es una ruina que los berlineses conservan junto a la moderna iglesia que lo sustituye, uno de los muchos monumentos memoriales que llenan esta ciudad; la avenida Unter den Linden por su parte sigue siendo grandiosa, triunfal, pomposa.
Eric Devon es el protagonista de la siguiente historia: Regreso a Berlín, de Verna B. Carleton (Back to Berlin. An Exile Returns. Little, Brown and Company 1959). Significativamente, esta obra no se publicó en alemán hasta 2016. Tenía que caer el Muro y tenía que haber pasado toda una generación para que se aceptara mejor que en su tiempo esta novela, también de tintes autobiográficos, que la germano americana escritora pudo redactar sin reproches pero con mucha amargura. “Este impresionante viaje en el tiempo ofrece una inédita y refrescante visión del Berlín de finales de los años cincuenta. Tan poderosa y seductora que transforma nuestra propia perspectiva de esa parte de la historia, entre los escombros y la reconstrucción, con sus alegrías y su oportunismo, con sus miserias y sus remordimientos”. (Errata Naturae)
La autora, inglesa de padre alemán, viajó a Berlín en los años 50 y conoció entonces no sólo la devastación física que la guerra había provocado en la ciudad, sino la auténtica devastación moral que muchos alemanes sentían, el peso, si no de la culpa, sí de la responsabilidad. En la novela, es una periodista inglesa la que acompaña a una pareja que ha conocido en un crucero, y poco a poco vamos asistiendo a la revelación de los sentimientos de distintos personajes alemanes ante la reconstrucción de su país tras la destrucción de la guerra.
Berlín lucía engañosamente bella; si había ruinas debajo de nosotros la distancia las trataba con amabilidad, rellenaba con ventanas los huecos en los que no había y prestaba sustancia a edificios macizos que en realidad eran puro armazón. Berlín, vista desde arriba, con sus canales serpenteantes y sus anchos lagos, con la franja de bosque alrededor y sus innumerables parquecitos, resultaba de lo más reconfortante y pacífica. Desde aquella altura, toda la destrucción causada por el hombre quedaba oculta por los brotes verdes y veraniegos que resurgían.
Es una novela donde el recorrido por la ciudad es un proceso de redescubrir cómo los paisajes cotidianos de la infancia de Eric Devon, su calle, su casa, las casas de sus amigos y familiares, comercios del barrio, se desvanecen tanto del plano de la ciudad como del recuerdo de sus habitantes. Es un libro sobre el olvido, la melancolía, la culpa. Y también es una revelación del modo en que muchos alemanes, a juicio de la autora, igual que asimilaron el nazismo en los 30, asimilan la reconstrucción en los 50 sin analizar qué está pasando de fondo.
Finalmente, El día de todas las almas, de Cees Noteboom (Allerzielen, 1998) es la novela posterior a la caída del Muro de Berlín en la que de nuevo un paseante que es un trasunto del propio autor -holandés errante- vaga por las calles de Berlín, cámara en mano, tratando de captar no se sabe muy bien qué de la vida de los berlineses. Nos encontramos no con descripciones sino de nuevo con la vida del flâneur que absorbe impresiones y las convierte en reflexiones. De hecho se puede calificar a esta novela de filosófica por la importancia que tienen en ella los pensamientos del protagonista y los debates con sus amigos, un peculiar grupo de intelectuales de distintos orígenes.
Subió corriendo por las escaleras, cogió la cámara, volvió a salir. Media hora después salía de nuevo a la superficie en la Postdamer Platz. Aquí le había traído Victor tras su primer encuentro, aquí había recibido sus primeras lecciones de Berlín. Nadie que hubiera visto esta ciudad dividida podría olvidar jamás cómo había sido. Ni olvidar, ni describir, ni volverlo a contar realmente. Pero ahora estaba aquí solo, para cazar, pero ¿qué?
Los pensamientos del protagonista, sus charlas con sus amigos intelectuales y con una enigmática investigadora medio española que conoce en un café, se intercalan en el libro con breves capítulos en los que intervienen las voces que podríamos llamar “el coro” en una tragedia griega, seres que saben lo que va a ocurrir y a dónde se encaminan los personajes “de carne y hueso”. Una reminiscencia, un guiño a los personajes que encarnan los ángeles en la película de Wim Wenders Cielo sobre Berlín (1987) que observan la vida y los pensamientos de los berlineses y que contiene un escenario común con el libro, la gran sala de lectura de la Biblioteca Estatal de Berlín, que es un punto de encuentro entre…
… pero esa es otra historia, y debe ser contada en otra ocasión.
Honorio Penadés, bibliotecario