El día 25 de noviembre es el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer y con ese motivo la biblioteca ha querido dedicar una serie de actividades a este tema.
La música tendrá un papel muy importante en estos actos ya que los #Arrancamosconmúsica y #Nosvamosconmúsica se llenarán de canciones como Malo de Bebe, María se bebe las calles de Pasión Vega o El final del cuento de hadas de El Chojín. Son canciones relativamente recientes, porque no hace tanto que la violencia contra las mujeres se ha visibilizado como algo real, reprobable y contra la que se debe actuar.
¿Qué pasaba en otra época? Hace tiempo se trataba de un problema privado y no era raro oír hablar de crimen pasional cuando un hombre mataba a su mujer y al amante de ésta o escuchar frases como algo habrá hecho si se comentaba que a una mujer la había pegado su cónyuge, novio o padre. Así que no era algo visible y por tanto, no se reflejaba en la música. Lo que sí podemos rastrear en ella, es el papel que la sociedad nos reservaba a las mujeres. Así por ejemplo, en la copla, lo que se puede ver es la aceptación de los roles típicos de la mujer: madre, esposa y ama de casa. Salirse de ese círculo significaba ser la mala de la película o en este caso, de la canción, por mucho que la mayor parte de ellas fueran cantadas también por mujeres, nuestras famosas folclóricas.
Veamos por ejemplo la clásica copla Triniá. Resulta que Trini es una chica muy guapa, parecida a la Virgen de Murillo a la que Juan Miguel (así nos rima con Rafael, mira tú qué bien), un pintor de Sevilla, retrata y de la que se enamora locamente. Pero es que ella es tan guapa, que un banquero americano también se enamora y finalmente la muchacha se va con él, dejando al pintor destrozado. Es normal que Juan Miguel se enfade, lo que ya me parece un poco feo es que diga que el brillo de los diamantes cegaron a Triniá y achaque su ruptura a la codicia de la chica, dando por hecho que esa sería la única razón por la que una mujer le dejase, pero es que ya lo veía él, que en el estribillo, antes de la aparición del americano, decía
“algo tu vida envenena, qué tienes en la mirada, que no me pareces buena”.
Aquí os dejamos a Rocío Jurado cantando esta copla.
Quizá la Triniá vivió feliz con su banquero americano, pero a lo mejor no podía acostumbrarse a tanta comodidad y cariño y se sintiera asfixiada por los celos de él en una Cárcel de oro e incluso se atreviera a abandonarle como ocurre en esta canción. Pero eso sí, después de un tiempo, le diera el síndrome de Estocolmo, se arrepintiera y llegara a decir:
“Vale más que los tesoros
del moro
tu cariño para mi.
Por tu madre yo te imploro
que me encierres a vivir
en esa cárcel de oro.”
En esta ocasión, es Isabel Pantoja quien nos canta esta canción (que conste que no hemos escogido su interpretación por encontrarse en una cárcel, esta vez de ladrillos y cemento)
¿Y qué pasaba con las solteras? Las solteras no podían cumplir con ese papel de madre y esposa que se les había reservado a las mujeres, así que además de aguantar ser la “tía solterona” tenían que escuchar canciones como A la lima y al limón, en la que unos niños le cantan a una muchacha:
“A la lima y al limón, tú no tienes quien te quiera,
a la lima y al limón, te vas a quedar soltera,
qué penita y qué dolor, qué penita y qué dolor,
la vecinita de enfrente soltera se quedó,
solterita se quedó, a la lima y al limón”
Pero, al final de la canción, la muchacha ya es una mujer de 30 años que se casa con un magistrado de 50 y lo exhibe orgullosa por el barrio. En sus propias palabras, “Un hombre llamó a mi puerta y le di mi corazón”, es decir, ha esperado pacientemente a que un hombre llamara a su puerta y ¡qué suerte! uno lo hizo y se acabaron sus preocupaciones. Me habría gustado saber cuál fue la continuación de esa historia.
Aquí os dejamos a doña Concha Piquer en el papel de soltera desesperada por casarse:
Quizá la continuación fuera la historia que se cuenta en “Mi marido”, la de tantas mujeres de la posguerra, mujeres que fingían que sus maridos no se iban de juerga, no volvían a las tantas, o se perfumaban para ligar, con tal que volvieran a casa y siguieran siendo sus maridos. Teniendo en cuenta que el divorcio era imposible y que la mayoría de ellas no hacían un trabajo remunerado, no me extraña que esa fuera la actitud general. De todas formas, no se pierdan la interpretación que hace Martirio en esta actuación, acompañada por el gran Chano Domínguez.
Y para contradecir la importancia de los maridos, vamos a terminar con una oda a la soltería de Quintero, León y Quiroga que no sé si originalmente se escribió para que la cantara un hombre (sospecho que sí ya que hay versión de Miguel de Molina), pero cantada una vez más por Martirio merecería ser el himno del Single Pride Day, si lo hubiera.
En conclusión, no sigáis los dictados de estas coplas, casaos, quedaos solteras, dejad a vuestros novios, quedaos con ellos, tened hijos, no los tengáis, pero sobre todo, no dejéis que sean otros los que escriban la canción de vuestras vidas.
Marian Ramos