Variaciones sobre tres nombres

Nov 25, 2016 | 365 días de libros

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Nuestro compañero Paco López Hernández, bibliotecario en la UC3M, acaba de publicar, en un breve período de tiempo, tres novelas: La vida ha de seguir, Variaciones sobre tres nombres y El cerro de Garabitas, las tres de recomendable lectura. No obstante, a la hora de elegir una de ellas para reseñar en este blog me he decantado por Variaciones sobre tres nombres por lo que tiene de sorprendente.

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El poeta, novelista, crítico, literato, y fotógrafo, entre otras cosas, Pierre Louÿs (Gante 1870-París 1925), publica en 1894 una colección de canciones de corte erótico que vieron la luz bajo el título de Les Chansons de Bilitis,  Las canciones de Bilitis en su traducción española. Quiere el autor jugar con sus lectores presentándola como la traducción de unos poemas encontrados en una tumba en Chipre  pertenecientes a una poetisa, Bilitis, contemporánea de Safo de Lesbos (s. VI a. de C.)

Su estilo, refinado y sensual, causó controversia en su momento aunque famosos personajes contemporáneos del autor le otorgaron su favor. Tengamos en cuenta que contaba entre sus amigos con André Gide, Stéphane Mallarmé, Paul Valery u Oscar Wilde de quien se dice que se refirió a él como “demasiado bello para ser un hombre, que se cuide de los dioses”.

Sus poemas y toda su extensa obra erótica fueron fuente de inspiración para artistas de la época y posteriores, de forma que pronto aparecieron las primeras adaptaciones en forma de canción para voz y piano, e incluso su amigo Debussy realiza una adaptación musical. Al cine han sido adaptadas entre otros por Luis Buñuel (Ese oscuro objeto de deseo) o Josef von Sternberg (El Diablo era mujer).

Me atrevo a aventurar que la lectura de las obras de Louÿs también ha servido para inspirar a Paco López Hernández la novela referida. No en vano Les Chansons de Bilitis  juegan un papel capital en la narración sirviendo de nexo entre las protagonistas.

Sabe recrear el autor ese ambiente en el que se desenvuelve una clase social acomodada en una época a caballo entre los últimos años del siglo XIX y los primeros del XX en que transcurre la acción. Es un ambiente, para los lectores actuales, añejo, cargado de privilegios y de prejuicios en el que las mujeres, protagonistas absolutas de la narración, jugaban un papel casi decorativo salvo excepciones como las aquí descritas: Adriana, Rosalía y Josefa rompen tabúes y construyen una vida al margen de lo establecido pero, ojo, con cuidado, a escondidas casi como una especie de secta cuyas actividades no han de trascender para no escandalizar. A pesar de ello su valentía es digna de mención. Una breve pincelada sobre cada una de ellas en las propias palabras del autor:

“Y es que Adriana había recibido una instrucción muy diferente a la que se usaba para las jóvenes de su posición, que tendía a prepararlas para no ser otra cosa que buenas madres y buenas señoras de su casa.”

“Rosalía era un alma libre, nada la ataba, no se preocupaba de lo mismo que las demás, no tenía en cuenta si había un joven apetecible detrás del cual iban a estar todas las otras, más bien despreciaba esas – para ella – tontas ideas.”

Y Josefa, una joven provinciana y de humilde extracción cuya vida dará un vuelco gracias a que

“… se interesa por la lectura y por cultivar el intelecto…” como bien explica ella misma al presentarse ante su valedora: “Sí, señora condesa – contesté – , me gustan mucho los libros, desde niña. Mis mayores tesoros son los pocos que llevo en mi baúl,…”

La narración se adentra por vericuetos bien hilvanados y organizados, creando expectativas que no se resolverán del todo hasta un inesperado final que resulta sorprendente aunque hayamos estado atentos a la bien trazada trama.

Su lectura me hizo rememorar –lecturas de juventud-  ciertas narraciones de aquella magnífica colección publicada por Tusquets  a partir de 1977 denominada La sonrisa vertical bajo la batuta de Luis García Berlanga y Beatriz de Moura (fundadora y editora de Tusquets). Recogía esta colección los grandes títulos de la literatura erótica de todos los tiempos, incluidas algunas de la obras de Louÿs, a los que se añadieron los premiados en el concurso literario anual con el mismo título activo entre 1979 y 2004. Precisamente en esta colección conocí a Pierre Louÿs a través de su Manual de Urbanidad para jovencitas, un auténtico golpe en la mesa contra el puritanismo de la época y los manuales y reglas de urbanidad orientados a la buena educación de las señoritas.

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Desde aquí felicito a Paco López Hernández y le animo a que, si alguna vez se vuelve a reeditar dicho premio, presente esta obra, sin duda la verá publicada en La sonrisa vertical.

Antonio F. Fernández Luque

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