Tradicionalmente los musicales se han definido por su optimismo y superficialidad positiva, dónde la gente se pone a cantar y bailar sin más y su principal misión es entretener a la gente, pero este no fue el propósito de Lars Von Trier, el cual se propuso innovar en las entrañas del género dando como resultado una magnifica obra que no hace sino emocionar a cualquier espectador que tenga sentimientos.
Dancer in the Dark ganó la Palma de Oro en Cannes 2000 a la mejor película (y premio a la mejor actriz, Björk)
Es la tercera de la trilogía fílmica Corazón dorado, en la que se incluyen Breaking the Waves con Emily Watson, y Los idiotas;
Selma es una inmigrante checa que se ha mudado a Estados Unidos para que puedan operar a su hijo, el cual ha heredado una ceguera progresiva que a ella la ha llevado a perder gradualmente la vista hasta quedarse completamente ciega. Trabaja en una fábrica y por las tardes acude a los ensayos de una producción amateur de la cual tiene el papel protagonista.
Lo sorprendente de Selma es que es capaz de evadirse de la vida real a través de los sonidos o ruidos de su entorno, que la llevan a un mundo de ensueño dónde ella es feliz cantando y bailando. De hecho la propia Selma reconoce que prefiere pensar en la vida como una obra, porque “en un musical, nunca pasa nada malo”.
Su obsesión es ahorrar todo el dinero posible realizando trabajos extras e incluso alargando su jornada laboral en la fábrica para reunir el dinero y así poder operar a su hijo lo antes posible, evitando un desastre mayor. Bill, el policía que le alquila a Selma y a su hijo la casa dónde viven, desesperado, una noche le cuenta sus problemas: incapaz de hacer frente a los pagos está a punto de perder la casa y además cree que su mujer le abandonará. Selma para calmarle le cuenta su enfermedad y su esfuerzo por ahorrar, el policía le pide prestado el dinero pero Selma no puede prestárselo, Bill, desesperado, robará el dinero de Selma y a partir de ahí se desencadenará un trágico final que sólo se puede describir con una palabra, bestial.
El estilo documental que utiliza Lars Von Trier en esta película no es causal, sino que responde a una necesidad de hacer la historia más verídica tal y como hizo en Rompiendo las olas. Solo se utilizan las cámaras fijas para los números musicales, el resto de escenas están filmadas con la cámara al hombro, fácilmente así podemos distinguir realidad de fantasía, además la realidad tiene colores grises, apagados y la fantasía se caracteriza por un cromatismo vibrante y feliz.
Es una de esas películas que o te apasionan o simplemente odias, no existe término medio; la forma en la que Lars Von Trier juega con los sentimientos del espectador no es del agrado de todo el mundo, porque si algo es cierto es que no conozco a nadie que la haya visto y no haya gastado al menos un paquete de clínex. Mucha gente que la ha visto reconoce no estar preparada para verla de nuevo ya que te deja en un estado de shock ante los acontecimientos tan extremadamente dramáticos que se muestran en el film.