La violencia de género es un tema espinoso y muy difícil de tratar en una obra de ficción, y no precisamente porque sea poco habitual hoy en día, sino por todo lo contrario. Esta clase de violencia no sólo se manifiesta de forma física, sino que usa todo tipo de poder que está a su alcance: desde la pura fuerza hasta el control psicológico, pasando por toda clase de pinceladas que componen un retrato demasiado horroroso, pero también demasiado real. Quizás las películas que trato en este artículo no sean el mejor ejemplo de representación y visibilización de este problema, pero considero que tienen una serie de logros y lecturas más que adecuadas, algo especialmente útil en una obra que ha llegado a difundirse tanto.
No vamos a llevarnos a engaños: ambas películas (tanto la versión sueca, de Niels Arden Oplev, como la americana, de David Fincher) resultan a veces incómodas de ver. Nos muestran escenas desgarradoras e injustas, y retratan a individuos que cometen actos realmente monstruosos. Y esto sucede así no porque la película lo apoye, sino porque representa con una crudeza aplastante la realidad del mundo en el que vivimos: un mundo en el que un tutor legal puede usar su poder para violar con impunidad a las mujeres que tiene a su cargo; un mundo en el que un padre y un hermano pueden abusar sistemáticamente de una niña sin que nadie de su alrededor quiera darse cuenta; un mundo en el que se prefiere creer antes al culpable que a la víctima. La dolorosa diferencia es que en estas películas, las más de las veces estos individuos reciben su castigo, y en la realidad no.
Todo detalle en estas películas está cuidado para dar vida al mensaje que Stieg Larsson (autor de las novelas originales) quería transmitir: la preocupación porque la violencia de género, por mucho que la sociedad prefiera muchas veces ignorarlo, sigue estando presente, y que se hace más fuerte cada vez que alguien hace la vista gorda.
Además, Los hombres que no amaban a las mujeres nos deja, por otra parte, a uno de los personajes femeninos más fuertes y necesarios de la última década: Lisbeth Salander (brillantemente interpretada por Noomi Rapace en la película sueca y por Rooney Mara en la cinta de Fincher) es una persona marginada, ignorada por una sociedad que nunca la ha intentado comprender y mucho menos aceptar. Ha sido forjada no solo por todos los abusadores que han aparecido en su camino, sino por también por todas aquellas personas que han permitido (bien ignorando o bien pretendiendo no saber) que las cosas siguieran como están. Y, aun así, jamás se da por vencida, sino que lucha. Y lo hace no sólo por ella, sino por todas aquellas mujeres que sufren su mismo destino. Creo que no me equivoco cuando digo que es un ejemplo a seguir, y que está basada en unos valores que deberían estar más presentes en nuestra sociedad.
Cualquiera de las dos adaptaciones (ambas accesibles en las bibliotecas de la Universidad) son, si no el mejor ejemplo de cómo mostrar este grave problema en el cine, una gran manera de hacerlo. No renuncia a la dureza, a la crueldad y a la oscuridad porque la realidad tampoco lo hace, y eso es algo que todos deberíamos tener claro.
David López González (alumno de la UC3M)