Los sabores del mundo
“El mundo es una gran olla, el corazón la cuchara.
Según cómo remuevas, te saldrá la comida”
Aforismo Zen.
Me gusta devorar el mundo. Lo hago con los libros, con los viajes y las comidas. Sentada en un chiringuito del mercado de Xoximilco en México, en una aldea perdida de Burkina Faso, un restaurante de san Petersburgo, o un japonés de la calle décima de Manhattan, Nueva York. Ante mí se alinea la sabiduría culinaria de los pueblos del planeta, una cadena de manos que ha llevado, literalmente, esa yuca, ese arroz, ese pescado al coco, ese pollo a la cúrcuma a mi boca. Porque para que esos tacos, ese sashimi, esa sopa de mijo, ese salmón marinado lleguen a mi han tenido que pasar por muchas manos. Para liberar esos olores, ha sido necesaria una gigantesca cadena. Todo un mundo de relaciones económicas, comerciales, culturales de las que, casi nunca, nos damos cuenta.
Cuando un viajero visita un lugar, cualquiera, es conveniente visitar –e incluso compartir- las cocinas. En todas las cocinas del mundo hay siempre un olor y un sabor que manda, que se impone a los demás. Sentarse en algún puesto callejero de un mercado popular en Brasil, como el
“Ver o Peso” de Belén do Pará, en la desembocadura del Amazonas, nos traerá enseguida un remolino de olores, en el que se mezcla la fritanga, las frutas, los pescados, los aromas de especias, la farinha, toda la sabiduría de la cuenca amazónica.
Y ahora ese mundo que afanosamente recogía el viajero en busca de experiencias, paisajes, encuentros y culturas distintas, podemos tenerlo sin movernos de casa. Ventajas e inconvenientes de la globalización: ahí cada uno tiene su lectura. ¿Quién no ha variado su dieta para ir a cenar a un restaurante tailandés, un hindú, un peruano, un brasileño?
Los sabores del mundo nos los acercaban hasta ahora los libros de viajes, los documentales, hasta las semanas gastronómicas impulsadas por organismos de promoción o intereses comerciales. Hoy todo está al alcance de nuestra mano -el ser humano, eterno curioso de sabores y sensaciones- y por todos partes descubrimos deliciosas tapas fritas a base de frutas, verduras y carne, desde la mandioca frita Keniata, pakotas de India, buñuelos rellenos de plátano, tortillas (de maíz) con carnita de México, baozí de China… una lista que se puede hacer interminable.
¡La cocina!
Cuando tengo dudas sobre la vida o simplemente algo que consultar con el oráculo, invito a los dioses a un chocolate, como lo hacían los aztecas, con alguna pequeña variante. Mezclando vainilla, canela, sésamo, una pizca de chile y por supuesto cacao y algo de azúcar moreno de caña, removiendo con tiento y sabiduría, los dioses responden y por los delgados hilos del sabor, me llegan las respuestas pedidas.
Alrededor de ese chocolate (una historia de sacrificio, altruismo, explotación, tinieblas de esclavitud) se van tejiendo solidaridades que discurren por otros caminos alejados de los capitales, los gobiernos, las bolsas y los índices.
-Aproximadamente el 70% de la producción mundial del cacao se concentra en África occidental.
-El cacao en estos países (Costa de Marfil, Ghana, Nigeria y Camerún) representa como poco el 50% de sus ingresos.
-El cacao crece en países pobres y se come en países ricos. ¡Qué ironía!
-Si el precio mundial del cacao se desploma en África se producen desastres de los que no somos conscientes cuando nos metemos un trozo de chocolate en la boca ¿o si?
Todo esto es a propósito de la Semana de la Solidaridad UC3M, que comienza hoy, que tiene interesantes actos en los Campus de Colmenarejo, Leganés y Getafe, para la que hemos hecho una exposición de libros, vídeos y revistas en el vestíbulo de la Biblioteca de Colmenarejo, y de cuyo programa queríamos destacar al menos un acto, y apoyarlo:
Del 21 al 25 de febrero, 14 a 15h. Cafetería Taller “El comedor del mundo”. Ingeniería Sin Fronteras.
Porque no todos comemos igual… los estudiantes se comprometen a participar de una comida realista, donde cada representante de un continente come proporcionalmente a lo que la realidad impone.
Importante: Venir sin haber comido