Interferencias entre el medio literario y el fílmico. Los escritores frente al cine

Jun 19, 2023 | 365 días de libros

El mes pasado la escritora Elvira Lindo se estrenaba como directora de cine, junto a Gabriela Fejerman, con una historia intergeneracional entre mujeres “Alguien que cuide de mí!”, donde aborda temas de celos, secretos, rencores a través de tres generaciones de mujeres y los cambios que en ese tiempo ha vivido España.

Aunque la obra narrativa de Elvira Lindo había sido llevada al cine en varias ocasiones “Manolito Gafotas”, “El otro barrio” o “Una palabra tuya”, nunca había pasado de escritora a directora. ¿Por qué no lo hizo antes? En principio porque no lo sentía, aunque ahora critica a la industria audiovisual donde productos como los suyos tienen cada vez menos cabida ya que las plataformas tienden cada vez más a la uniformidad.Sin embargo, ¿ cómo ha sido la relación existente entre cine y literatura desde tiempos pasados?

Antaño, en Europa, los escritores vanguardistas habían celebrado la aparición del cine ya que para ellos éste no competía ni con su público ni con sus medios de expresión. Sabían que a través del cinematógrafomáquina que era al mismo tiempo cámara, copiadora y proyector – se expresaría el arte de la imagen, de los gestos, de la observación física del comportamiento humano.

Los escritos de estos autores vanguardistas consideraban el cine como un estímulo más que como una amenaza. Sin embargo, el temor de muchos dramaturgos y novelistas a la competencia cinematográfica desapareció al descubrir que este invento podría ser la nueva “imprenta” de la literatura y podrían recuperarse de las pérdidas sufridas tras abandonar el público las salas de los teatros.

La idea de que el cine podía ser un buen medio para difundir obras literarias o hacer teatro se llevó a la práctica y con cierto éxito con Marcel Pagnol a través de “Topaze”, una de sus obras de teatro. Su audacia estética consistió en desposeer al cine de su rumbo aristocrático y ocupar la pantalla con el estilo del pueblo, con el decir cotidiano, con la frase diaria y viva, con el ingenio de las clases populares.

Para algunos escritores fue el medio adecuado para que sus textos literarios fueran divulgados en versiones cinematográficas. Tal es el caso de escritores norteamericanos como William Faulkner, Ernest Hemingway, John Steinbeck o F. Scott Fitzgerald, que pronto aceptaron la llamada de la industria de Hollywood.

El alemán Carl Mayer fue el inspirador de la etapa expresionista del cine germano. Rosellini, Visconti, Vitorio de Sica o el guionista Cesare Zavattini fueron mentores del cine neorrealista italiano. En los años sesenta movimientos literarios como el de los Angry Young Men en Inglaterra o el Nouveau Roman francés mantuvieron fructíferos contactos con el Free Cinema y la Nouvelle Vague

respectivamente. El acercamiento del escritor al cine ha estado sometido a continuas fluctuaciones, siendo más importante en países como Francia, Italia o Estados Unidos que en otros como España o Alemania. Hay escritores apasionados por el cine que escriben sus obras con miras a ser adaptadas; tal es el caso de Stephen King (Carrie, 1974; El resplandor, 1977; La milla verde, 1996…); Alan J. Pakula con El informe pelícano, 1992… Aunque también hay escritores que se niegan a vender los derechos de sus obras o se arrepienten de haberlo hecho, como Javier Marías que mantuvo una agria polémica en El País con Elías Querejeta y Gracia

Querejeta, productor y directora respectivamente de “El último viaje de Robert Rylands (1996)”. Otros cineastas de gran éxito defienden la literatura como forma artística de mayor categoría. Éste es el caso de Steven Spielberg que afirmaba: “La literatura ofrece una experiencia superior al cine” y “La lectura de un gran libro es muchísimo más rica que la contemplación de una gran película”.

Entre 1915 y 1935 se rompía con la tradición documental y se asignaba al nuevo espectáculo un puesto más autónomo entre las artes frente a medios cercanos como el teatro.

A medida que el cine se fue decantando hacia la narratividad e innovaciones de la novela contemporánea, su confrontación con la literatura se fue desplazando del teatro a la novela, especialmente desde inicios de los años cincuenta. En estos años – cincuenta- se sostuvo que no sólo el cine podía obtener beneficios de la literatura, sino que la literatura también salía ganando con las adaptaciones cinematográficas. Incluso los filmes que traicionaban claramente el espíritu de la obra literaria, si poseían una aceptable calidad cinematográfica, podían servir de introducción al texto escrito. Decía André Bazin, importante crítico de cine francés: “Es absurdo indignarse por las degradaciones que sufren algunas obras maestras en la pantalla pues por muy aproximativas que sean las adaptaciones, nunca podrán dañar al original: o bien se contentan con el film o bien tendrán deseos de conocer el modelo, en cuyo caso gana la literatura”. Razonamiento confirmado al acusar las editoriales grandes subidas en las ventas de las obras literarias tras su adaptación al cine.

El impulso de Bazin hizo que en los años sesenta y setenta hubiese un gran cambio en los estudios sobre cine y literatura. Contar una historia era contarla de una determinada forma. Por eso el relato literario y el cinematográfico nunca serían iguales, porque las formas de contar eran muy distintas. La historia podría ser la misma, pero el relato no, pues la literatura narra con palabras y el cine con imágenes, palabras y sonidos.

En España desde mediados de los setenta las relaciones entre la literatura y el cine conocen una auténtica Edad de Oro, con publicaciones como las de Gómez Mesa, Urrutia, Utrera… y si al principio contó con cierto rechazo por parte de ciertos escritores de la generación del 98 (Unamuno lo menospreció; Azorín apenas le dedicó un par de libros en su época ya tardía; Pío Baroja sólo le dedicó unas líneas en “La caverna del humorismo” e intervino como actor junto a Carranque de Ríos en la versión de “Zalacaín el aventurero”) no ocurrió así con los escritores de la generación del 27 (nacidos, precisamente,  con el cine) que se sintieron fascinados por el mundo de la imagen, ya que a través de ella lograron captar la realidad en un sentido más amplio favoreciendo su creación poética. El cine que reflejaron en su literatura representaba la renovación, el dinamismo, la modernidad. Se puede decir que el cinematógrafo ayudó a los poetas del 27 a aumentar su imaginación, y ellos lo plasmaron escribiendo una poesía más profunda, más rica en imágenes y en recursos.

Son muchos los escritores – Morris, Urrutia…- que observaron grandes influencias del cine en autores como Alberti, Lorca o Cernuda; y, en menor medida, en Aleixandre y Salinas.

En el poema de Rafael Alberti “Verano”, del libro Marinero en tierra, aparecen las primeras huellas cinemáticas. En él, el poeta vierte el entusiasmo que había sentido al contemplar filmes al aire libre durante sus veranos en Andalucía. En esta misma línea compuso otros poemas donde muestra su perplejidad ante un medio en el que es muy difícil diferenciar realidad de la ficción “Nueva York está en Cádiz o en el Puerto/Sevilla está en París, Islandia o Persia” dicen algunos de los versos de su poemario Cal y canto. Fue un filme soviético, El acorazado Potemkin (del cineasta Eisenstein), el que le afianzó en su ideología política tras observar el abuso de la fuerza del ejército del zar. En su viaje a Extremadura con su amigo Buñuel, que iba a rodar el documental “Las Hurdes”, contempla la malísima situación en la que vive esta región extremeña y ello repercute en el surgimiento de un gran potencial lírico. Recitó composiciones poéticas en el cine Goya de Madrid a 3 grandes cómicos del cine mudo “Chaplin, Lloyd y Keaton” donde recibió enormes elogios por su obra y su gran capacidad interpretativa.

Federico García Lorca era considerado, por su amigo Buñuel, una persona entrañable, una obra maestra, pues de cualquier cosa que leía brotaba belleza de sus labios. Para Morris, la influencia del cine está presente en toda la obra de Lorca: las escenas, la técnica, los actores y las formas de interpretación. En la 5ª sesión del Cineclub, en abril de 1929, recitó 2 poemas en su intermedio “Oda a Salvador Dalí” y “Romance de Thamar y Amnón”, aunque el público esperaba poemas de inspiración cinematográfica como el paseo de Buster Keaton. Sin embargo, según Morris, esta elección no era casual: “Lorca utilizó a Keaton como máscara de sus propios miedos e inquietudes pues ambos padecían frustraciones procedentes de reglas sociales que reprimían su desarrollo personal. La lectura de esa obra supuso una confesión pública de sus más profundos sentimientos. Y lo mismo con otras obras como Yerma o La casa de Bernarda Alba.

En otras piezas de teatro, también hallamos referencias cinemáticas: en La zapatera prodigiosa Lorca clasifica una escena como “casi de cine”; Bodas de sangre está inspirada en una película histórica italiana Bodas sangrientas; en “Poeta en Nueva York” son evidentes los recursos fílmicos por sus similitudes con la película Metrópolis; en Doña Rosita la soltera compara a la protagonista con la actriz italiana Francesca Bertini, en el excesivo sentimentalismo. 

Aunque quizás el más afortunado por sus poemas inspirados en películas sea Luis Cernuda, poeta atormentado por su homosexualidad, que terminó encontrando un refugio para sus fantasías privadas en las oscuras salas cinematográficas. El título de su gran compilación poética de 1936 “La realidad y el deseo fue una declaración contra la ingrata realidad y a favor del deseo, colmado, en parte, por las fantasías cinematográficas. Cernuda se debatía entre dos mundos: el de los sueños y el real; sin embargo, el primero se alimentaba de sus visitas al cine como espectador y se inspiraba, a veces, en actores que serían el motivo principal de sus panegíricos cantos. Así, en “Égloga, Elegía, Oda” alude a las perfecciones físicas y espirituales de un actor cualquiera e iba a titularse Oda a George O’Brien.

El tiempo de Cernuda por las salas cinematográficas, según Morris, le permitió evadirse de la situación política de España, aunque al salir de la ficción se refugiaba en su férrea soledad. No obstante, el cine le permitió ahondar en su personalidad y conocerse mejor a sí mismo.

Vicente Aleixandre aunque se siente atraído por el cine (era socio del Cineclub), procura distanciarse de él para no verse envuelto en su influjo. Se inspiró en él para su poema “Cinemática”, inserto en su libro Ámbito y algunos vestigios en su obra en prosa, donde usa vocablos procedentes del lenguaje cinematográfico.

El caso de Pedro Salinas es similar al de Aleixandre, aunque la influencia cinemática es aún menos profunda y sólo repercutirá en las capas más superficiales de su creación. Entre sus poemas alusivos al cine está “Cinematógrafo”, incluido en su obra “Seguro azar”, donde compara la invención del cine con el génesis.

El panorama teatral en la posguerra fue bastante pobre al morir las innovaciones con sus autores: Lorca, Valle-Inclán, el exilio de Alberti… En las salas comerciales seguía triunfando un teatro tradicional y afloraba el teatro humorístico de Mihura, Poncela, Pemán, Luca de Tena…  que concedían gran importancia a la obra bien elaborada en la construcción de la trama, los diálogos o los juegos escénicos. El ambiente era el de las clases burguesas acomodadas y el objetivo entretener al público con argumentos muy repetidos centrados en el adulterio o la infidelidad. El final era feliz y siempre triunfaban la fidelidad, la honradez y el amor.

Con el final de la dictadura franquista temas antes censurados (religión, política, sexo…) fueron reflexionados a través del cine y la literatura. Manuel Gutiérrez Aragón, escritor y director de cine, halló la madurez artística con “El corazón del bosque (1979); Vicente Aranda con “La muchacha de las bragas de oro” ,1979 (de Juan Marsé).

Tras el intento de golpe de Estado de Tejero, algunos como Saura (“Bodas de sangre”, “Carmen”) o Pilar Miró (“El perro del Hortelano”) buscaban entrelazar calidad y estética. Muchos otros se apoyaron en la Movida madrileña de los 80, destacando cineastas como Almodóvar (símbolo de la nueva generación española y famoso por “Mujeres al borde de un ataque de nervios”, aunque “La flor de mi secreto” sea quizás la más literaria), Trueba o Fernando Colomo; y escritores como Gregorio Morales o Luis Antonio de Villena.

La nueva generación siente admiración por el cine y la literatura, siendo muy difícil que las novelas de éxito no conozcan revisiones cinematográficas para asegurarse el éxito en taquilla.

Resumiendo, ambas artes, literatura y cine, se sustentan una en la otra y están condenadas a entenderse en la búsqueda del éxito. Sin embargo, mientras unos proclaman la separación entre ambos, otros confirman la dependencia narrativa del cine respecto a una base literaria sólida. El debate está servido.

Javier González Pérez

 

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