¡Atención, pregunta!
¿De qué autores eran los libros más solicitados y prestados en las bibliotecas públicas norteamericanas a finales del siglo XIX? El primero era Charles Dickens. Situándose en segundo lugar la autora de la narración aquí reseñada cuyo nombre dejo, manteniendo la intriga, para el final.
Se trata de una novela corta o de un cuento largo, al menos más largo de lo que suele ser la norma en este tipo de narraciones encuadradas dentro del gusto por la novela gótica o las narraciones de fantasmas tan propias de la tradición romántica inglesa en época victoriana o alemana de los mismos años. Su título The abbot´s ghost, or Maurice Treherne´s temptation. A Christmas story que en castellano aparece con el más breve de El espectro del abad, publicada por entregas originalmente en 1867 en la revista semanal bostoniana The Flag of Our Union dedicada a las historias de ficción, poesía, humor, noticias locales, etc. y en la que publicaron autores que, después, llegaron a ser mundialmente reconocidos como E. A. Poe.
De los dos párrafos anteriores se puede deducir ya que nuestra protagonista es norteamericana, universalmente reconocida por una de sus obras aunque prolífica autora de otras menos conocidas pero no menos interesantes. Ella misma define El espectro del abad, la novelita en cuestión, como el resultado de su “inclinación natural hacia lo espeluznante” a lo que es muy aficionada y sobre lo que escribe recurrentemente refiriéndose a estos escritos como “historias de sangre y truenos”. Claramente influida por la literatura de fantasmas tan en boga por aquellos años – su padre era amigo íntimo de Nathaniel Howthorne quien visitaba frecuentemente su casa y ella misma ferviente admiradora de Ann Radcliffe – y por una fantasía de juventud que perduró en el tiempo según la cual se casó con un “recio y apuesto español vestido de terciopelo negro… que no paraba de acosarme saliendo de armarios, apareciéndose en las ventanas o amenazándome terriblemente durante toda la noche”. De hecho ese tipo de vestimenta lo utiliza para uno de sus personajes: “Lady Treherne era una anciana y espléndida viuda nobiliaria; vestida de terciopelo negro y ricos encajes y bodoques…”
Un grupo de personas, familiares, amigos, conocidos o relacionados entre sí se reúne durante las fiestas navideñas en una vetusta mansión que mucho antes fue una abadía de la que sus ocupantes fueron expulsados de no muy buenas maneras ¿tendrá esto que ver con el abad del título? La víspera de Navidad asistirán al baile de gala que se ofrece en la magnífica galería de la antigua abadía, al calor de sendas chimeneas conversan sobre temas mundanos que envuelven sus plácidas vidas: herencias, amores y desamores, viajes, penas y alegrías, enfermedades y esperanzas, surgen tensiones entre los distintos personajes, se airean secretos y poco a poco se va creando un ambiente propicio a sobresaltos, zozobras e inquietudes entre los reunidos fruto del continuo roce en el transcurrir de los días. Tras la súbita aparición de lo que una asustada doncella identifica con un fantasma se crea cierto desasosiego o sobrecogimiento entre los personajes. Después de la copiosa y bien regada cena –“Los caballeros degustaban aún su amontillado…” – los comensales se dirigen a la galería para el baile y las diversiones de rigor que disfrutarán hasta bien entrada la noche. Las posibles causas de lo que tanto asustó a la doncella y el tema de los fantasmas sobrevuelan, aún sin querer, las conversaciones.
Las intrigas se van sucediendo, unas ya comenzadas, otras nuevas aparecerán, la monotonía y el hastío irán haciendo mella, se hace necesaria la búsqueda de nuevas actividades para consumir el tiempo. Para la última noche del año alguien propone como diversión sentarse alrededor de la gran chimenea del salón, apagar las luces y contar historias de fantasmas; la idea es bien acogida, los asistentes se reúnen y se acomodan en los divanes y alfombras dispuestos a pasar una entretenida y terrorífica velada. Comienzan por turno a contar la suya con mayor o menor aceptación y consiguiente miedo, sobre todo para las damas más susceptibles, hasta llegar al último narrador que, por necesidad de la historia, pide a los asistentes que le acompañen a la galería en la que celebraron el baile la víspera de Navidad, ahí les sorprende el sonido de las doce emitido por un gran reloj, se despiden del año viejo y bailan en honor del nuevo… y comienzan las sorpresas. Pero esas será mejor leerlas porque estoy seguro que no querrán que se las desvele aquí ¿verdad?
Tras más de 120 páginas de lectura entretenida y absorbente la narración termina sin una explicación racional a los sucesos acaecidos, estamos ante la categoría o el subgénero de “Lo maravilloso” propuesto por Tzvetan Todorov para los elementos sobrenaturales de una narración, tal como ya conté en este mismo blog (véase mi entrada sobre la Literatura fantástica).
La novelita ha permanecido inédita en español hasta 2017, año en que, para regocijo de los aficionados al género, aparece traducida por Óscar Mariscal, gran especialista en literatura fantástica, y publicada en una pequeña editorial independiente llamada PULPTURE que cuenta, a pesar de sus pocos años, con un interesante catálogo de literatura de ficción y cómic con vocación de recuperar, aunque muy mejorada, la idea de literatura Pulp (nótese la inclusión del término en el nombre de la editorial) tan popular en los años 20 y 30 del siglo pasado, término que hacía referencia a un tipo de publicación en formato rústico con papel de muy mala calidad, amarillento, obtenido de los desechos de la pulpa de madera, sin encuadernar y sin guillotinar lo que permitía un precio muy barato y su consiguiente accesibilidad y popularidad. La citada editorial ha mantenido una similitud en el formato pequeño, manejable y en los precios accesibles aunque la calidad de sus publicaciones queda fuera de toda duda.
Y ahora vamos con la autora. En 2003 una macro encuesta (The Big Read) de la BBC sobre los libros favoritos de los británicos situó en el puesto 18º a una de las novelas más leídas de la historia de la literatura norteamericana, Mujercitas (1868), de Louisa May Alcott (1832-1888), autora a su vez de El espectro del abad que apareció bajo su seudónimo masculino de A.M. Barnard. Y sí, efectivamente, sus obras ocupaban, tras las de Dickens, el segundo lugar entre las más prestadas en bibliotecas públicas de Norteamérica allá por los últimos años del siglo XIX y primeros del XX.
Antonio Fernández Luque