De nuevo se acerca el 25 de noviembre, Día internacional de la eliminación de la violencia contra la mujer y, de nuevo, recordamos el asesinato de las hermanas Mirabal por Rafael Leónidas Trujillo, que tan bien recogió Mario Vargas Llosa en su novela “La fiesta del chivo”.
Yo, además, no he podido evitar pensar en aquel poema de Juana Castro, titulado “Amor mío” , del que hemos tomado prestado uno de sus versos para dar título a este post, y que hace referencia al agresor diciendo:
Compañero mi amigo
mi enemigo.
Y es que esta poeta cordobesa ha sabido transmitir de forma clara, visual y sonora esa relación que doblega y esclaviza
Amor de amoratarse amor que es amoldar
y mancillar.
Amor de amenazar amor de amurallar
amor de amartillar
y de amasijo.
Amor de amortajar.
[…]
Es el amor que amengua que amuralla
que amortece y amarra.
Amor de amuñecar amor que es amputar
amor de amilanar
y de ambulancia.
Amor de amordazar.
[…]
Pero si algo me sorprendió en este vínculo entre poesía y violencia de género, fue el descubrimiento del poema “El marido verdugo” que Carolina Coronado escribió en 1843. Poeta precoz (comenzó a escribir con tan sólo trece años), comprometida con temas de índole social y defensa de la mujer, fue objeto de la crítica directa de sus contemporáneos masculinos, que la bautizaron con el término “poetisa”, en sentido despectivo.
Nunca el verdugo de inocente esposa
con noble lauro coronó su frente:
¡ella os dirá temblando y congojosa
las gloriosas hazañas del valiente!
Ella os dirá que a veces siente el cuello
por sus manos de bronce atarazado,
y a veces el finísimo cabello
por las garras del héroe arrebatado.
Que a veces sobre el seno transparente
cárdenas huellas de sus dedos halla;
que a veces brotan de su blanca frente
sangre las venas que su esposo estalla
Si hablamos de poesía actual, no podemos olvidarnos de Jhonana Patiño, que ha convertido a su poemario “Ébano” en una obra de denuncia social, abordando, entre otros temas, la lucha contra la violencia de género. Como prueba, os dejo los siguientes versos, tan directos y sangrantes como los golpes que menciona.
El problema no era el golpe,
ni el insulto,
tampoco el dolor
o la sangre en el piso.
El problema no era la cicatriz en el cuerpo
ni la culpa que sentía,
mucho menos la vergüenza.
El problema no era mi cuerpo
no eran,
ni mis ojos,
ni mi color.
El problema era mi condición
ser mujer, ese era el problema.
[…]
El problema era una historia contada por hombres
y padecida por mujeres;
eran niñas vestidas de rosa para que fueran más puras
y niños pintados de azul para que fueran más rudos,
el problema no era el golpe en la cara,
era el permiso de todos,
el creer que era natural,
el sentir que era bueno,
el tolerar por miedo.
Y dejamos Colombia, para adentrarnos ahora en Argentina, con el poema “Por qué grita esa mujer” de Susana Thénon, que junto con Juana Bignozzi (1937) y Alejandra Pizarnik (1936-1972), conformaron la llamada generación del ’60. Aquí nos presenta a una mujer que grita, sin que nadie la comprenda, hasta que deja de gritar… y entonces queda relegada al olvido…
¿por qué grita esa mujer?
¿por qué grita?
¿por qué grita esa mujer?
andá a saber
Y, precisamente, para que nadie olvide, María Luisa Viu, en su poema Confesiones, nos dice:
Confieso que he pecado de omisión
por no llamar al 016, ni al 091,
por no llamar a nadie, para qué,
no habría servido ni llamar a Dios,
la línea siempre comunica.Por eso ruego a la justicia siempre ciega,
a los jueces, a los gobernantes y a vosotros
compañeros que no se frivolice más en la tele,
menos anuncio y más leyes y que intercedáis
por mí ante el Dios de la palabra y la poesía.
Como la excomunión la tengo asegurada.
Tened misericordia de mí, perdonad mi pecado
y deseadme una vida plena y sin anuncios
de famosos que no saben lo que hacen.Así sea.
E. Martínez