“Si pensaste al morir que ibas a ser bien recordada, no te equivocaste, Marga. Acaso te recordaremos pocos, pero nuestro recuerdo te será fiel y firme. No te olvidaremos, no te olvidaré nunca. Que hayas encontrado bajo la tierra el descanso y el sueño, el gusto que no encontraste sobre la tierra. Descansa en paz, en la paz que no supimos darte, Marga bien querida” (JRJ)
Pasan lentas las horas de la larga noche, Marga pasea nerviosa los pasillos de su casa en Madrid silenciosos y oscuros en la madrugada. Anota algo en su diario:
“En la muerte, ya nada me separa de ti, sólo la muerte, sólo la muerte sola”.
Amanece un luminoso y claro día que se adivina caluroso. Es 28 de julio, el año, 1932. Marga se dirige al cercano estudio donde trabaja llevando en su mano el diario con las últimas anotaciones de la noche previa; al entrar cubre con un paño negro el busto en piedra de Zenobia y se aplica a destruir concienzudamente el resto de su obra escultórica.
Con sólo 24 años es ya una prolífica artista: poeta, ilustradora y, sobre todo, escultora reconocida.
Culminada la destrucción sus pasos presurosos la llevan hasta el domicilio de su adorado Juan Ramón, al que hace entrega de su diario.
“No lo leas ahora” – le dice.
A media tarde un taxi la deja en la puerta del chalet de su tío Eugenio, en las Rozas, a las afueras de Madrid, pide la llave a los guardeses y entra en la casa. Su decisión es firme, no duda ni un instante en coger la vieja pistola de su abuelo, acercarla a la sien y apretar el gatillo.
Juan Ramón y Zenobia aun llegan a tiempo de verla con vida:
“Habíamos llegado a las Rozas a las 9 y ½, después de buscarla en vano por Madrid. Estaba en la mesa de operaciones de la Clínica de Urjencia Omnia.(*) Un tiro en la cabeza, con la belleza no destrozada, descompuesta. Su mano estaba caliente, latía su pulso. Sangre a borbotones por la boca, la frente vendada de gasa. Una mirada ancha dilatada, salida, pero ¿sin ver?” (JRJ)
Permanecen, acompañándola, hasta su muerte, hacia las dos de la madrugada.
“Está enterrada en las Rozas. Un corralillo cuadrado con algunos cipreses. Fue llevada en hombros en su caja blanca llena de rosas. El forense le hizo la autopsia de hora y media y cuando salió llevaba el zapato de lona con sangre de Marga. Pasaban trenes por un lado, coches por otro. La fosa tenía tres metros de honda. A las 8 le echaron la primera tierra, con un ocaso amarillo miel tras el Guadarrama morado” (JRJ)
Marga Gil Roësset y su hermana Consuelo admiraban a Zenobia Camprubí como traductora de la obra de Rabindranath Tagore. Durante un concierto de ópera, a primeros de 1932, consiguen que su común amiga Olga Bauer-Pilecka les presente al matrimonio formado por Zenobia y Juan Ramón Jiménez; ahí comenzaría una profunda amistad con trágico final para Marga, a quien su platónico amor por el poeta le lleva a escribir que “sabía que no podía vivir ni con él, ni sin él” en su diario.
Juan Ramón contaba ya 51 años, Marga tan solo 24.
En su casa de Puerto Rico, tras su fallecimiento en 1958, se encontró un sobre cerrado que contenía varios poemas y algunos textos acerca de aquellos acontecimientos que tanto le impresionaron. En él, escrita de su puño y letra, la frase “Lo de Marga”.
(*) Escrito con la peculiar ortografía del autor (“Mi jota es más higiénica que la blanducha G…escribo así porque yo soy muy testarudo, porque me divierte ir contra la Academia y para que los críticos se molesten conmigo”)
Puedes encontrar gran parte de la obra de Juan Ramón en la biblioteca AQUÍ. En su libro Españoles de tres mundos Juan Ramón dedica a Marga un artículo glosando su obra y describiendo la relación que tuvieron tanto él como su esposa Zenobia Camprubí con ella.
El poema Marga Gil en la isla, de Benjamín Prado se puede leer en su libro Ecuador, también disponible en la biblioteca.
Ana Serrano es quizá la gran especialista en Marga Gil. En la biblioteca disponemos de su artículo Consuelo y Marga Gil Roësset publicado en el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza en 2003.
Así mismo puedes encontrar las obras de Marga Clark, escritora y sobrina de Marga Gil.
Antonio F. Fernández Luque