Ya os hemos contado que los libros tienen un domicilio fijo en la Biblioteca. Pero como los humanos, no siempre se quedan toda la vida en el mismo sitio y pueden sufrir una serie de catastróficas desdichas entre nosotros. Algunos pierden su casa, y se transforman en okupas, por ejemplo, cuando nos equivocamos al colocarlos en las estanterías o en homeless, cuando, inexplicablemente, acaban escondidos en algún rincón del edificio.
Hay libros sedentarios y un poco amargados porque nunca han abandonado el lugar que les corresponde, o prófugos porque una vez han salido, nunca más han vuelto a ocupar su sitio.
Pero los pobrecillos sufren aún más desgracias aparte de las relacionadas con los “movimientos migratorios”. Tenemos los libros paraguas, pues parece que alguien los haya usado para guarecerse de la lluvia, los pinta y colorea, por la cantidad de subrayados con colorines fluorescentes, los posavasos por las manchas de café u otros bebedizos, los peticiones del oyente, con dedicatorias de amor u odio, según el caso… De este último tipo tenéis un ejemplo en la foto.
Algunos acaban tan maltrechos que deben ingresar en el hospital para que les curemos sus enfermedades e incluso terminan en la UCI porque necesitan muchos cuidados. A veces no podemos hacer nada por ellos, y para “resucitarlos” debemos echar mano de unos recursos cada día más escasos, tanto, que en ocasiones no podemos reemplazar el ejemplar deteriorado y debemos guardar luto por él.
La “muerte” de un libro es muy triste y por eso os pedimos que les deis cuidados y cariño, pues tenemos el deseo de que nuestra colección sea longeva o, aún más, si sigue siendo útil, la ambición de que sea inmortal. Aunque depende, porque si encontráis por ahí un libro zombie, harapiento y destrozado, es mejor que nos aviséis para que lo tratemos adecuadamente: ya sabéis que los zombies se multiplican de una forma asombrosa y no queremos convertirnos en The Walking dead Library.