Una lectura para el Día de Difuntos: «Sub luce maligna», un recorrido por el «más allá» de la antigua Roma

29 de octubre de 2025

Así acompañados, «sub luce maligna», cuenta Virgilio en la Eneida que el héroe Eneas y la sibila de Cumas bajaron a los infiernos. Y esta cita sirve a Gonzalo Fontana Elboj para dar título a su obra Sub luce maligna: antología de textos de la antigua Roma sobre criaturas y hechos sobrenaturales (Contraseña, 2021). En ella traduce y recoge una selección de pasajes de autores latinos como Apuleyo, Cicerón, Horacio, Marcial, Ovidio, Virgilio y otros, con un tema común que revela ficciones todavía vigentes, y ya presentes en la Antigüedad romana.


Si creían los antiguos romanos en una «realidad encantada», o qué visión tenían acerca de la muerte, los fantasmas, los sueños o la magia son cuestiones que trata el profesor Fontana Elboj en este libro. Si bien —afirma en el prólogo— es imposible entender totalmente la mentalidad del mundo antiguo con nuestra propia mirada, también es cierto que muchos restos arqueológicos confirman los temores que acechaban a la sociedad romana en su conjunto. Amuletos, inscripciones sobre maleficios o prácticas destinadas a mantener a los difuntos en su «propio territorio» indican que la dimensión sobrenatural de la realidad era plenamente asumida por la gente de aquella época.


Del paso de esa dimensión al ámbito de la literatura da cuenta esta colección de pasajes. Sin embargo, aunque existían, expresados en diferentes contextos literarios, todos los elementos del género de terror —la noche, el misterio, los lugares sombríos, las tumbas, el suspense—, Roma no produjo una literatura de este tipo, tal como la concebimos desde el siglo XVIII. Gonzalo Fontana argumenta en torno a este hecho, y ofrece interesantes reflexiones sobre los miedos presentes en el mundo antiguo, o cómo entendían los escritores más prestigiosos los temores propios de la cultura popular.


Los textos de esta antología están enmarcados temporalmente dentro de la Antigüedad; hay no obstante una excepción, un fragmento de la Carta a Grimaldo del monje benedictino Ermenrico de Ellwangen (siglo IX), donde cuenta cómo el «horrible» fantasma del poeta Virgilio le atormenta en sueños e incluso se burla de él por estar leyendo sus obras. Abordando la materia, Apuleyo por ejemplo informa acerca de los distintos démones que pueblan el más allá, y Ovidio detalla cómo agasajar a los manes o espíritus buenos en las Feralia, que se celebraban cada 21 de febrero.

Por otra parte, al comediógrafo Plauto se debe la primera referencia a una casa encantada en la literatura latina (La comedia del fantasma) a principios del siglo II a.C., si bien el tema de los lugares hechizados fue desarrollado en otras obras, con una muestra destacada dentro de las epístolas de Plinio el Joven. Este autor, explica Gonzalo Fontana, «fue capaz de construir su historia con tal maestría que acabó por fijar los elementos fundamentales de lo que podríamos denominar el género literario de la casa encantada». Él nos conduce a un hogar en Atenas donde, anunciado por ruidos de eslabones, aparece durante las noches el espectro de un anciano cargado de cadenas que atemoriza a sus moradores. Puesto que la casa acaba vendiéndose, será el siguiente propietario, Atenodoro de Tarso, quien descubra qué secreto guarda el fantasma y la forma de devolverle la paz.


Cambiando de asunto, algunos seres monstruosos surgidos de la tradición popular, tuvieron también su eco en el ámbito de la literatura con referencias a aves antropófagas (las estriges), licántropos y dragones. Estos seres se mencionan en textos de Plauto, Plinio el Viejo, Ovidio, Petronio y Virgilio, entre otros autores. Incluso San Agustín, «metido a cronista de lo sobrenatural», refiere en La ciudad de Dios algunos datos sobre el origen de la licantropía. El itinerario propuesto continúa a través de escritos que hablan de brujas y magos, prácticas adivinatorias, señales divinas, hechos prodigiosos o hechizos amorosos. Y finalmente recala en la renombrada familia Julio-Claudia, una estirpe «aterradora y aterrada», que tuvo que habérselas con todo tipo de sucesos, según explicaron Tácito, Suetonio o Séneca.


Y en medio de esta colección de fragmentos, se incluye también una selección de epigramas, muestra del humor negro romano. Son casi todos de Marcial, siempre dispuesto a no dejar títere con cabeza. Valga la mención a uno de ellos, donde, refiriéndose a la práctica de consignar el nombre de quien realizaba un epitafio, juega con el doble sentido de la autoría. Así de mal parada sale la viuda Cloe bajo la mirada de Marcial:


La muy sinvergüenza de Cloe
grabó en los epitafios de sus siete maridos
eso de que ella lo había hecho.
¿Se puede ser más sincera?


Sub luce maligna es una fuente adecuada no solo para el estudio especializado, sino también para una aproximación menos académica a diferentes géneros de la literatura latina. Como ayuda para su comprensión, los capítulos y fragmentos vienen precedidos de textos introductorios escritos de forma asequible, amena e incluso desenfadada, con títulos llenos de humor. En el programa Espacio en blanco de RNE se puede escuchar una entrevista al profesor Fontana Elboj.

V. Maldonado

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