Una década sin Ana María Matute

Jun 25, 2024 | 365 días de libros

“Me gustaría ser recordada como una mujer que amó mucho la vida”, así era la sinceridad con la que siempre hablaba la novelista catalana Ana María Matute Ausejo (26/7/1925 – 25/6/ 2014), de cuya muerte se cumplen 10 años hoy 25 de junio. Está considerada como una de las grandes y mejores escritoras de la posguerra, galardonada con todos los premios importantes de las letras españolas: Planeta, Nadal, el de la Crítica, el Nacional de Literatura, el Quijote o el Cervantes, el de mayor prestigio de las letras españolas, entre otros. Sus obras, dotadas de una exquisita prosa, enganchan de tal forma que no te dejan escapar. Aunque algunas se han traducido a varios idiomas: inglés lituano, polaco, francés, japonés, noruego, georgiano… no llegó realmente a recibir el Premio Nobel de Literatura para el que había sido propuesta en varias ocasiones. También fue la tercera mujer en formar parte de la Real Academia Española (RAE, 1996).

El escritor catalán Juan Marsé, gran admirador suyo, llegó a reconocer que la obra de Matute había marcado sus inicios en la literatura, especialmente sus primeras novelas; a Julio Cortázar lo que más le gustaba de Ana María eran los cuentos que escribía para niños; para Vargas Llosa “la muy amplia obra de Matute era, sin duda, una de las más ricas de la literatura contemporánea en lengua española”; según Goytisolo “fue Ana María quien más sufrió la censura de sus obras”, pues nunca renunciaba a decir lo que pensaba a pesar de tacharle o suspenderle multitud de páginas de sus libros.

Fue una escritora muy prolífica con más de cuarenta obras entre novelas, cuentos y relatos cortos. Era alegre, vital, dulce, divertida, con gran sentido del humor, sincera y muy humana.  Le entusiasmaba leer y escribir cuentos, hasta el punto que escribir se convirtió en una necesidad casi tan importante como respirar. Empezó su creación siendo muy niña, con sólo 5 años. Los relatos de Andersen o los hermanos Grimm le abrieron la ventana al mudo literario. El silencio, que encontraba en una habitación a oscuras a donde era conducida cuando se portaba mal, le transmitía paz, calma, tranquilidad y la animaba a crear nuevas aventuras y personajes para sus obras. Su afición a la lectura le hizo llegar al colegio sabiendo leer y escribir correctamente, y años más tarde, con la Guerra Civil, conoce el verdadero significado de palabras como odio o miedo al observar cadáveres en los descampados; es más, el miedo atroz a los bombardeos en Barcelona le borró la tartamudez que padecía por terror hacia una madre demasiado severa. Este conflicto bélico, así como la posguerra, se manifestarán en sus primeras obras literarias.

La creación de sus historias surgía de forma impensada; en ocasiones, una simple foto, música, frase, imagen… llegaban a ser tan sugerentes que terminaban transformándose en novelas. Le gustaba escribir de forma sencilla huyendo de las cosas recargadas, pues en la mayoría de los casos sólo servían para estropear los textos. Sus historias se inclinan hacia la fantasía poética, el lirismo y la ternura, unidas siempre al compromiso social.

Su libro preferido fue la Biblia, al que consideraba el mejor libro de aventuras que se había escrito. De hecho, sus libros provienen de la Biblia y a sus 18 años el Quijote le hizo llorar por lo que realmente significaba: dejar que la locura desapareciese.

Esta escritora, tan leída y admirada de nuestras letras, escribió con sólo 17 años su primera novela Pequeño teatro, con la que ganó el premio Planeta, aunque vería la luz una década después. En ella narra las aventuras de un niño desamparado en una localidad costera del País Vasco, cuyo entorno aprovecha para ir exponiendo las avaricias, celos, rencores, falsedades, odios… de la sociedad en la que vive. Es una obra donde retrata con gran realismo el sufrimiento humano.

Sin embargo, la primera en publicarse fue Los Abel, semifinalista del Premio Nadal, donde relata la vida, rencores y muerte en la posguerra española de varios hermanos de una misma familia, llegando a crear un ambiente tan angustioso y atormentado que seduce al lector desde el inicio de su lectura.

A pesar del sentimiento de desánimo que sus obras puedan transmitirnos, prima esa magia en su forma de escribir. El realismo y la fantasía son características básicas de su escritura. Leerla es como leer poesía ya que desarrolla, de forma muy lírica y práctica, temas tan importantes como: la desmoralización, la incomunicación humana, el cainismo, la hipocresía, la injusticia, la infancia irrecuperable, la malicia, la violencia, la soledad o la muerte, presentes en la mayoría de sus obras, así como la Guerra Civil y una sociedad dominada por el materialismo y el egoísmo.

Escribe luego Luciérnagas donde una niña de familia burguesa llega a conocer el hambre y la desgracia y, junto a otros niños que también aparecen en el relato, serán luciérnagas abandonadas y extraviadas intentando iluminar en un mundo de oscuridad. La censura impidió su publicación.

A partir de aquí su inmersión en los ambientes literarios, donde se siente muy cómoda al lado de otros escritores, es ya un hecho. Uno de estos escritores será su primer marido, Ramón E. de Goicoechea, con el que llegó a convivir 11 años, aunque después de tres con él “ya estaba harta”, según sus palabras, pues era un ser muy negativo que no aportaba ingreso alguno y sí muchas penurias al matrimonio.

Esta década de los 50 fue una de las más creativas de Ana María donde aparecen la mayoría de sus novelas. En la década de los 60 creó la mayor parte de sus cuentos, donde refleja una visión muy triste de la infancia y donde los sueños e ilusiones de los niños se rompen al chocar contra el sufrimiento real del entorno. Siempre ha dejado latente esta autora una sensación de desánimo.

Fue a finales de los 60 cuando conoce al que sería su segundo marido, Julio Brocard, el `bueno´ como ella decía, con el que inicia y vive una de las etapas más felices de su vida, a pesar de no estar exenta de una larga depresión que la alejó de la escritura durante muchos años.

Esta niña de los cabellos blancos, como la llamaban, escribió otras muchas novelas: Fiesta al Noroeste, Los hijos muertos, Primera memoria, Los soldados lloran de noche, la trampa, Los mercaderes… aunque, sin duda, su libro favorito fue Olvidado Rey Gudú, finalizado tras 18 años sin escribir y donde narra la historia de cinco generaciones de gobernantes en el reino de Olar, con la presencia de reinas, trasgos, elfos, gnomos, brujas…y siendo capaz de mezclar la literatura medieval, fantástica, cuentos de hadas y libros de caballería. Su última e inacabada novela Demonios familiares fue el último regalo involuntario de esta autora.

Actualmente dispone Ana María de una placa en la barcelonesa calle Plató, 20, donde vivió.

Javier González Pérez

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