Antiguos y Modernos en discordia: La Batalla de los Libros, por Jonathan Swift

20 de abril de 2020

La Francia de Luis XIV, sobre todo a partir de 1687, fue el centro de una polémica en torno a los modelos culturales, artísticos y humanos vigentes, que se extendió por toda Europa y pasó a ser un elemento central en historia cultural de la Edad Moderna. La disputa enfrentó a la Antigüedad clásica, redescubierta y celebrada en el Renacimiento, con los avances artísticos, literarios y científicos de la etapa siguiente, cuestionándose cuál de los dos mundos era superior. Además, existía un trasfondo político, pues la defensa de los logros actuales frente a los antiguos se ponía al servicio del régimen imperante, por ejemplo para ensalzar al rey Sol en Francia, como había hecho el moderno Charles Perrault con su poema dedicado al soberano, Le Siècle de Louis le Grand.

La disputa, conocida como la Querelle, había tenido un precedente en Italia, y pronto traspasó sus fronteras y se dilató en el tiempo. A principios del siglo XVIII, el autor irlandés Jonathan Swift (Dublín, 1667-1745) se hizo eco de la misma como defensor de las fuentes y los modelos antiguos. Es en este contexto en el que escribió la obra satírica publicada en 1704, Relato completo y verídico de la batalla librada el viernes último entre los libros antiguos y los libros modernos en la biblioteca de Saint James. En él describe irónicamente el altercado que se inició entre ambas facciones por una porción de tierra en la cima del monte Parnaso, donde tradicionalmente se asentaban los Antiguos.

Estos últimos alegaban haber pasado un tiempo incomparablemente mayor en el lugar para justificar la propiedad, además de sus méritos y su superioridad. Los Modernos se sorprendían y argumentaban que ellos eran los más antiguos basándose en la paradoja según la cual, si la humanidad se entendía como un ser vivo, el saber más vetusto era propio de la infancia de aquella y la madurez correspondía al conocimiento actual. Estando así la situación en la Biblioteca Real de Saint James, Esopo intervino con un alegato en favor de los clásicos, aprovechando otra discusión que acababa de tener lugar allí entre una araña y una abeja.

Lo que estaba en juego no era solo una cuestión de modelos o de argumentos de autoridad, sino toda una postura acerca del origen y el valor de la creación. De este modo la abeja, que toma su alimento de distintas flores antes de ofrecer su propio producto, representa a quienes basan su saber en las fuentes antiguas. Por el contrario, la araña, que extrae los hilos de su propio cuerpo, simboliza a los partidarios del  conocimiento moderno. Como la intervención de Esopo no hizo sino exacerbar los ánimos, los libros tomaron las armas y emprendieron una monumental pelea. Así, por poner un ejemplo, se pudo ver a nada menos que a Homero —más bien a los volúmenes de su autoría— derribando a Perrault de su silla de montar y abriéndole la cabeza de un gran golpe.

Con numerosas menciones a personajes y escritores de la época, las notas de Cristóbal Serra (Olañeta, 2001,  junto a El cuento de un tonel) ayudan a contextualizar y entender esta Batalla de los Libros cuya interpretación no es siempre fácil. La crónica queda intencionadamente incompleta por Jonathan Swift y la polémica sin resolver. Recordarla aquí no tiene como fin sacar punta a la disputa, sino hacer un pequeño guiño a un relato protagonizado por los libros, que tienen su Día Internacional cada 23 de abril: ahora, en este momento tan complicado, más necesarios que nunca. Y lo bueno de los clásicos es que siempre nos acogen con los brazos abiertos cuando volvemos a ellos.

V. Maldonado

Categorías: 365 días de libros

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