Volver a un momento concreto del pasado si eso fuera posible, a uno de los que parten el tiempo en dos y dan un giro completo a la vida. Para Aleksey, ese momento coincide con el verano que pasó junto a su madre en Francia, aquel en el que fue consciente de la belleza de los ojos de ella y de otras muchas cosas que se tratan en la novela.
Los ojos de mi madre lloraban hacia dentro
Esta obra da voz a un joven desequilibrado, dedicado básicamente a odiar con energía todo su entorno, y sobre todo a su madre. Alguien que habla de sus sentimientos con la radicalidad y la dureza del adolescente convencido de sus propios argumentos, y de la razón de su propia ira. Aunque se expresa con la voz de un chico, progresar en la lectura es ir descubriendo que ya es un hombre adulto —un pintor famoso— y este relato de vuelta al pasado es en realidad un ejercicio recomendado por su psiquiatra.
Después de varios giros, nos encontramos con una historia que va mucho más allá de la relación de un joven esquinado y una mujer poco hábil, que no despiertan una especial empatía inicial. Con una graduación muy dosificada de lo que se muestra, vemos cómo va a cambiar la convivencia entre los dos personajes y cómo se saldan las viejas deudas. El anuncio de una enfermedad y las atenciones del hijo hacia la madre dan espacio para que ambos se descubran con toda su vulnerabilidad y superen el desamor que les ha marcado.
Los ojos de mi madre eran mis historias no contadas
Además, durante aquellos meses en el pueblecito de vacaciones del norte de Francia, el joven llega a convivir de forma cercana con la gente del lugar y encuentra a Moira, la que será su pareja más adelante. Esta coincidencia, y el desenlace futuro, hacen que ese verano sea crucial para él en varios sentidos. Sobre la base de los recuerdos y los sentimientos de Aleksey, Tatiana Ţîbuleac crea un conjunto emotivo, en el que se alternan fragmentos unas veces duros y otros de gran delicadeza.
V. Maldonado