Concebidos para un tiempo provisional, lugares de descanso, encuentro, actos sociales o alojamiento transitorio durante un viaje de trabajo, los hoteles han sido también espacios elegidos para vivir, escribir, a veces morir, y el emplazamiento de numerosas tramas literarias. A continuación, tres novelas cortas nacidas de la narrativa centroeuropea de entreguerras y ambientadas en hoteles, un itinerario que comenzaremos con la obra de Franz Werfel, La escalera del hotel.
Son cinco pisos los que separan a la joven Francine de su habitación y un momento el que tarda en decidir que no esperará al siguiente ascensor. Elige el fatigoso camino de la escalera, y el curso de sus pensamientos durante el intervalo de subida da paso a la narración. Esta nouvelle de 1927 incluye un texto preliminar que Franz Werfel escribió para la edición en lengua inglesa de algunos de sus relatos y novelas, un prólogo a su juicio necesario para que el público, sobre todo norteamericano, pudiera contextualizarlos: Ensayo sobre el imperio austrohúngaro.
En él hace una defensa apasionada de aquel estado imperial ya fragmentado, que llegó a unir a veinticuatro países y a trece pueblos diferentes en un área geográfica donde se hablaban varias lenguas y dialectos, y se podían contemplar las formas naturales más hermosas e imaginables. Lo describe entre otras cosas como entidad integradora, origen de un próspero intercambio de culturas a lo largo de la historia, cuyo fin después de la Gran Guerra dejó a su población amenazada por nuevos núcleos de violencia, dividida entre dos épocas y, de alguna forma, sin hogar.
De este mundo proceden Werfel y su personaje Francine, hija de un antiguo ministro del imperio, que comparte de cierta manera el desapego del padre por la realidad presente. Mientras sortea la escalinata —un espacio suntuoso, de alfombra roja y cristales tintineantes en la araña que corona el vestíbulo— va haciendo balance de lo que ha vivido durante los últimos días, a la vez que varía el ritmo de sus pasos y el de sus sentimientos. Primero, de liberación por la situación dolorosa y la relación desafortunada que ha dejado atrás; más tarde, de aceptación de una nueva vida que se presenta ante ella.
Sin embargo, Francine desconfía: «Ayer aún poseía algo. ¡Temores, conflictos, decisiones! Era rica. La liberación me ha hecho pobre. Me siento como si hubiese sufrido hoy una gran pérdida. La suerte esboza una sonrisa. Y lo que yo era, eso ya no lo volveré a ser nunca más…»
En el prólogo a la edición española, Olga García hace referencia a otras dos “jóvenes literarias” de los años veinte hospedadas en elegantes hoteles alpinos, Else y Erna. La primera de ellas da título a la novela de Arthur Schnitzler La señorita Else, a quien encontramos alojada en el turístico Fratazza de San Martino di Castrozza, en el corazón de los Dolomitas. Allí recibe una carta de su madre con el encargo de pedir prestado a un conocido el dinero que podrá salvar a su padre de la cárcel. Atrapada en una red de normas sociales, la demanda a su vez del prestamista convierte a Else en moneda de cambio y la coloca en una posición para la que no encuentra salida.
Arthur Schnitzler está considerado el introductor del monólogo interior en la literatura alemana. En esta novela de 1924 intercala, por una parte, el debate agónico de Else con su propia conciencia y, por otra, el diálogo que mantiene con los demás personajes, donde se refleja su soledad, su incomunicación y la enorme fractura en la que vive con respecto al mundo exterior y a su familia: «Un poco de ternura cuando está guapa, y un poco de inquietud cuando tiene fiebre, y la envían a una al colegio, y en casa aprende piano y francés (…). Pero ¿os habéis preocupado nunca de saber lo que pasa en mi interior y lo que se agita y tiene miedo en mi interior?»
A través de estas páginas nos asomamos a la corriente de pensamientos y emociones de ambas protagonistas, que adoptan todos los registros posibles, ritmos, perspectivas y opiniones encontradas hasta llegar a una determinación común, más previsible en el caso de Else y lejos de toda lógica en el de Francine. Franz Werfel nos ofrece algunas claves en el epílogo de La escalera del hotel.
Por último, hallamos a Erna disfrutando de unos días de vacaciones en otro hotel italiano a orillas del lago de Garda. La novela es Ocaso de un corazón, escrita en 1927 y publicada en castellano junto a dos obras más de Stefan Zweig bajo el título Sendas equívocas (Ediciones Ulises, 2014). De nuevo, una crónica de soledad, aislamiento y declive, que se desencadena cuando el padre descubre las ausencias y los encuentros nocturnos de su hija en ese entorno de ocio, lejos del ambiente controlado del hogar. Lo que el viejo Salomonsohn entiende como traición de Erna provoca en él —verdadero protagonista de la novela— una sucesión de estados entre la ira, el dolor y la atonía, y un alejamiento calculado con respecto a su familia, para la cual es un extraño desde hace tiempo.
Son tres relatos con rasgos comunes, origen de sus autores, época, ambiente —los amigos Werfel y Zweig intercambiaron cartas en las que se informaban de estar redactando “historias de hoteles”— y contienen una marcada dimensión psicológica. La escalera del hotel (Mármara, 2018) y La señorita Else (El Acantilado, 2001) se encuentran en la colección de las bibliotecas de la Universidad junto con otras obras de Franz Werfel, Arthur Schnitzler y Stefan Zweig.
Y a propósito de hoteles, podemos acercarnos a destinos de todo el mundo en los que han tenido lugar historias de ficción y estancias reales de personajes de la política, el arte, el pensamiento y la literatura —entre ellos, estos autores— a través del libro de Nathalie de Saint Phalle, Hoteles literarios: viaje alrededor de la Tierra.
V. Maldonado