Verano 1993

21 de febrero de 2018

Verano 1993 ha sido la gran sorpresa del cine español en el año 2017. Ha recibido tan buenas críticas que hasta se la ha llegado a comparar con El espíritu de la colmena de Víctor Erice por esa visión tan especial de la infancia que ambas películas comparten. Muchos medios señalan su carácter autobiográfico como el ingrediente del éxito, pero hay que destacar el talento de su directora, Carla Simón, para abordar un proyecto que en diez días de programación alcanzó los 32.500 espectadores.

Su realizadora y guionista, Carla Simón, refleja la mirada de una niña, y ¡qué ojos tiene la niña!, durante un verano terrible para ella. Asistimos a su desconcierto, su rabia, su asombro y su llanto. Un proceso de duelo por el que la pequeña protagonista Frida debe pasar y por el que aprende a ser.

Son 94 minutos de intensa emoción basados en la experiencia traumática que sufrió Carla Simón durante su infancia. La buena acogida de esta ópera prima, un pequeño milagro cinematográfico, según la opinión de algún crítico, hacen que se augure un futuro más que prometedor a esta realizadora que estudió guion y dirección en la Universidad de California y en la London Film School y que además solo tiene 30 años.

La película se rodó en catalán, en la Garrotxa y en un tiempo record; aunque en palabras de la cineasta “fue un rodaje tan inestable, tan incierto, tan… sin control”.
Con la ayuda de la directora de casting, Mireia Juárez y las pedagogas, Laura Tejada y Laia Ricard, abordó un trabajo tan difícil como el de dirigir a niños. Se consiguió hacer del equipo una familia a base de entrenamiento “Creamos memorias compartidas entre nosotras antes de grabar, pasando mucho tiempo juntas: íbamos a comprar, hacíamos la comida todos juntos, incluyendo también a David y Bruna”. Poco a poco se generó esa intimidad necesaria para la historia”. Y como resultado está lo que las pequeñas logran hacer en su actuación, transmitir una enorme ternura en cada escena que protagonizan. Sin intención ninguna por parte de Simón por hacer catarsis de su vida, sí reconoce que a medida que fue investigando en su pasado descubrió cosas que no sospechaba que estuvieran ahí. Se nota su deseo de ser veraz con una historia que habla de memoria y de muerte, de pérdida y de reconocimiento. La cámara no está para contar lo que se intuye entre líneas aunque se vislumbre lo que fue esa década de juguetes rotos y esté bien recogido el ambiente de los veranos en el campo, la verbena, el baño en la piscina pública con unas breves pero significativas pinceladas.

Verano 1993, Estiu 1993, indaga en el duelo infantil, pero también en cómo se comporta el entorno de una niña frente a la muerte, cómo actúan los adultos ante el terrible drama de la orfandad. Si los abuelos de Frida representan un mundo marcado por la sobreprotección y el secretismo, su tío materno, Esteva (David Verdaguer) y Marga (Bruna Cusí), su mujer, apuestan por una vida más libre de tabúes, de aceptación de un modo natural lo que tenga que pasar, tanto las alegrías como las penas. La protagonista no solo debe adaptarse a una nueva familia sino al cambio brutal que supone pasar de una ciudad como Barcelona a vivir en una casa perdida en el campo rodeada de gallinas. Durante este verano siente la dolorosa pérdida, las dudas, la sensación de desamparo, mientras el espectador observa esa demostración tan descarnada de intimidad. No se esconde la crueldad ni la ternura, pero lo bueno es que este brutal derroche de sentimientos no cae en ningún momento en la cursilería.

La niña irá asumiendo que puede confiar en su nueva familia y sobre todo aceptar a su nueva madre. Bruna Cusí, en el papel de Marga es el personaje que sufre más con Frida el proceso de adaptación. De hecho, las escenas que protagonizan Frida y Marga son las que mayor carga emocional soportan y mejor dejan ver las etapas por las que pasa la niña, desde su rechazo y enfrentamiento, hasta el momento en que siente a Marga como su madre.

Carla Simón realiza el difícil trabajo de desnudarse emocionalmente en su película. La pequeña Laia Artigas, de siete años, impresiona con una interpretación que atesora muchos diálogos improvisados. Ella y su hermana pequeña en la ficción, Paula Robles, actúan como niñas, con sus juegos y complicidades infantiles. Entre las mejores escenas está la que protagoniza Frida haciendo de mamá con Anna, su prima pequeña. Si no fuera porque desde 2011 no hay premios Goya para los niños, estas pequeñas posiblemente ya tendrían uno.

La cinta ha cautivado a la crítica a su paso por los festivales. Entre los premios que ha cosechado está el de Mejor ópera prima en la Berlinale 2017, Biznaga de oro en Málaga, 3 premios del Festival BACIFI de Buenos Aires y premio especial del jurado en Estambul. En los últimos premios Goya recogió el de mejor dirección novel, mejor actriz de reparto a Bruna Cusí y mejor actor de reparto a David Verdaguer.

La crítica no se ha detenido mucho tiempo en analizar los aspectos técnicos de la película, tal vez porque lo que importa es la potencia de la historia. Por cierto, a Carlos Boyero no le ha llenado mucho ¡qué pena! Aunque, eso sí, al menos reconoce que sabe plasmar con acierto el mundo de la infancia, eso que reconocemos todos una vez vista la película.

Por Concha García Pino, bibliotecaria de la UC3M.

 

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