“Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría; pues ella estaba por morirse y yo en plan de prometerlo todo. «No dejes de ir a visitarlo —me recomendó—. Se llama de otro modo y de este otro. Estoy segura de que le dará gusto conocerte». Entonces no pude hacer otra cosa sino decirle que así lo haría, y de tanto decírselo se lo seguí diciendo aun después que a mis manos les costó trabajo zafarse de sus manos muertas”.
Así comienza una de las mejores creaciones de la literatura universal si hacemos caso a escritores de la talla de Jorge Luis Borges o Gabriel García Márquez:
“Pedro Páramo es una de las mejores novelas de las literaturas de lengua hispánica, y aun de toda la literatura” (Borges, Jorge Luis. Prólogos con un prólogo de prólogos. Madrid: Alianza, 1998).
Álvaro Mutis llevó la novela a García Márquez:
– “¡Lea esa vaina, carajo, para que aprenda!”
La leyó, y así lo cuenta:
– “Aquella noche no pude dormir mientras no terminé la segunda lectura. Nunca, desde la noche tremenda en que leí la Metamorfosis de Kafka en una lúgubre pensión de estudiantes de Bogotá, casi diez años atrás, había sufrido una conmoción semejante”.
El propio García Márquez, al enterarse de que le había sido concedido el Premio Nobel de Literatura declaró que el autor latinoamericano que realmente merecía ese premio era Juan Rulfo.
En 2002 el Instituto Nobel junto con el Club del Libro Noruego realizaron una encuesta a 100 escritores de 54 países para que eligieran las 100 obras de ficción que, a su juicio, deberían formar parte de una Biblioteca de la Literatura Universal, entre ellas se encuentra Pedro Páramo aunque no se puede ubicarla en un puesto concreto ya que, según los organizadores, todas están a un mismo nivel (salvo El Quijote, al que se declaró mejor obra de ficción literaria jamás escrita).
Ahora que estamos a punto de conmemorar el centenario del nacimiento de su autor, Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno, más conocido como Juan Rulfo a secas (México, 16 de mayo, 1917 – 7 de enero, 1986), es buen momento para aconsejar la lectura de esta obra cumbre de lo que se ha dado en llamar realismo mágico.
Se trata de una obra recomendable aunque nada fácil (soy poco amigo de recomendaciones, cada cual tiene sus propios gustos que, con seguridad, no coincidirán con los míos, pero en este caso hago una excepción), su lectura precisa de un esfuerzo ligeramente superior al de leer una novela al uso, de las de planteamiento, nudo y desenlace. Para el crítico mexicano José Rojas Garcidueñas la narración está compuesta sobre tres líneas argumentales que, una vez desarrolladas, Rulfo las coge, las corta en fragmentos, los baraja y los coloca arbitrariamente sin ningún plan de organización. (1)
En sentido contrario son bastantes los críticos que consideran que la novela sí tiene una estructura bien organizada dotada de una lógica interna apreciable con una cuidadosa lectura. Yo añadiría que es en las sucesivas lecturas cuando se desvelan detalles que a la primera pudieron pasar inadvertidos, cada relectura es una nueva experiencia.
El propio Juan Rulfo nos aclara que:
“los hechos humanos del pasado se reproducen en nuestra mente con un fluir desordenado, con una constante ruptura de la secuencia… Los hechos humanos no siempre se dan en secuencia”. (2)
Y a la pregunta sobre si la novela es un tanto “oscura” según opinión de algunos de sus críticos la respuesta de Rulfo es, por el contrario, diáfana:
“Bueno, para mí también, en realidad, es oscura. Creo que no es una novela de lectura fácil. Sobre todo intenté sugerir ciertos aspectos, no darlos. Quise cerrar los capítulos de una manera total. Se trata de una novela en que el personaje central es el pueblo. Hay que notar que algunos críticos toman como personaje central a Pedro Páramo. En realidad es el pueblo. Es un pueblo muerto donde no viven más que ánimas, donde todos los personajes están muertos, y aun quien narra está muerto. Entonces no hay un límite entre el espacio y el tiempo. Los muertos no tienen tiempo ni espacio. No se mueven en el tiempo ni en el espacio. Entonces así como aparecen, se desvanecen. Y dentro de este confuso mundo, se supone que los únicos que regresan a la tierra (es una creencia muy popular) son las ánimas, las ánimas de aquéllos muertos que murieron en pecado. Y como era un pueblo en que casi todos morían en pecado, pues regresaban en su mayor parte. Habitaban nuevamente el pueblo, pero eran ánimas, no eran seres vivos”. (2)
Carlos Fuentes, ese otro gran escritor mexicano, nos introduce en el ambiente de la novela cuando explica como Rulfo es capaz de crear una atmósfera verbal dentro de su obra que permite a sus personajes “anular el tiempo por medio de la muerte” e ingresar de esa manera en el “eterno presente que es la muerte”. (3) En efecto, la muerte es la gran protagonista; no olvidemos que en México la muerte recibe más de cien nombres distintos (La Chingada, la Cargona, la Huesos, la Jodida, la Democrática, la Flaca, la Dama delgada…) y no es algo triste sino un día de celebración con múltiples rituales que recuerdan a los que ya no están. Baste recordar a Octavio Paz – mexicano también y Premio Nobel de Literatura en 1990 – cuando escribe:
“La vida se prolongaba en la muerte. Y a la inversa. La muerte no era el fin natural de la vida, sino fase de un ciclo infinito. Vida, muerte y resurrección eran estadios de un proceso cósmico, que se repetía insaciable.”(4)
Hace un tiempo, repasando los trabajos de la gran dibujante estadounidense Laurie Lipton me topé con un dibujo que inmediatamente, de manera automática, asocié con Pedro Páramo; parecía hecho ex professo para la novela, ¡ahí estaban todos sus personajes posando para un imaginario fotógrafo! Incluso para el propio Rulfo podían haberlo hecho, como luego veremos. Entre los tétricos personajes dibujados por esta mujer estoy seguro que se podría encontrar representación para casi todos los de la novela. El dibujo en cuestión es Family Reunion, y fue realizado en 2005:
Siendo cuidadosos en la lectura, mucho más que cuando leemos una novela de desarrollo lineal, descubriremos esos saltos en el espacio/tiempo que nos llevan de un mundo a otro… si es que en algún momento se sale de uno de ellos. Al menos podemos decir que hay dos tramas independientes con abundantes nexos de unión entre ellas, a través de los hechos unas veces o de los personajes otras, que van dando estructura la obra.
La primera trama es la conversación, en la tumba, entre Juan Preciado, hijo de Pedro Páramo, y Dorotea “la Curraca” a quien entierran encima de Juan propiciando así la conversación. El diálogo contrapone un pasado reciente con un pasado remoto evocado por otro importante personaje, Damiana, quien cuidó tanto al padre como al hijo en la niñez de ambos. Todos los sucesos recogidos en esta trama se desarrollan en un corto período, desde la llegada de Juan Preciado a Comala en busca de su padre hasta su muerte solo tres días después (de ahí que la conversación se desarrolle en la tumba).
La segunda trama narra la vida de Pedro Páramo desde su niñez y juventud hasta que llega a convertirse en cacique de la comarca y muere, finalmente, apuñalado por uno de sus hijos, Abundio. Esta segunda trama abarca un gran espacio de tiempo que no está bien especificado pero que por datos indirectos podría estimarse entre 1880 y 1930, por tanto fechas que incluyen la Revolución mexicana de 1910, cuyo final aproximado coincide con el nacimiento de Juan Rulfo, y la Guerra Cristera de 1926-1929 que para él tuvo una gran influencia – “rebelión estúpida, donde los dos bandos enfrentados cometieron toda clase de atrocidades” (2) – al ser un conflicto vivido en su niñez, 8 años tenía, ya huérfano de padre y madre, en el que participaron activamente miembros de su familia, quedándole imborrables recuerdos de crueldades, devastación y muerte:
“Era raro que no viéramos colgado de los pies a alguno de los nuestros en cualquier palo de algún camino. Allí duraban hasta que se hacían viejos y se arriescaban [sic] como pellejos sin curtir”. (5)
Esta terrible experiencia fue el germen de sus dos grandes obras, El llano en llamas (1953) y Pedro Páramo (1955). Sobre el título de la primera es significativo saber algo sobre su remoto origen en la mente de un niño de 6 años cuyo padre es asesinado (1923) de un disparo en la nuca en la propia Hacienda familiar. Cuenta Rulfo como cuando el cuerpo de su padre es trasladado, para su sepelio, desde la Hacienda hasta la ciudad de Apulco una marea de antorchas iluminan el predio, dando la sensación de que todo el llano estaba en llamas. Pocos años después moriría también su madre, dicen que de tristeza, como Dolores Preciado, quien según su propio hijo a la pregunta que de qué murió responde “No supe de qué. Tal vez de tristeza. Suspiraba mucho.”
El elenco de personajes alcanza alrededor de sesenta, lo que también contribuye a su dificultad; los hay de aparición efímera, otros fundamentales en la trama, vivos algunos y muertos los demás. Se desarrolla en un espacio físico, Comala, al que acude Juan Preciado en busca de su padre tal como le prometió a su madre en el lecho de muerte; ese espacio físico, geográfico, natural en el que “huele a miel derramada” o en el que no es posible “no sentir otro sabor sino el del azahar de los naranjos en la tibieza del tiempo” se va transformando en un espacio mítico amenazado permanentemente por el tronar del cielo que crea una atmósfera irreal evocadora de la mitología rural tan mexicana, como vimos más arriba, de la muerte y de los muertos que vagan como ánimas en pena buscando a vivos que recen por ellas, una atmósfera en la que los personajes nos muestran una visión de otro mundo. Por citar algunos de los más importantes:
Pedro Páramo, brutal, violento y temido cacique de Comala, regenta la Hacienda la Media Luna y no se detiene ante nada para conseguir lo que quiere. El único atisbo de humanidad es su amor desde niño por Susana San Juan a la que esperó largamente: “Esperé treinta años a que regresaras, Susana. Esperé a tenerlo todo. No solamente algo, sino todo lo que se pudiera conseguir de modo que no quedara ningún deseo, sólo el tuyo, el deseo de ti…”
Dolores Preciado, una más de sus mujeres y madre de Juan. Desengañada en su amor por el cacique al que le reprocha su nulo interés en ella y su hijo al que envía para que lo encuentre y le cobre sus años de abandono “El olvido en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro”.
Juan Preciado, hijo de Pedro Páramo que inicia el viaje en busca de su padre tal como vimos en el párrafo de inicio de la novela.
Susana San Juan, el amor de Pedro Páramo desde la niñez, “la criatura más querida por él sobre la tierra”; alejada de todos por causa de la enfermedad de su madre, que abandonará Comala cuando ella muere de tisis y contraerá matrimonio con Florencio; reapareciendo treinta años después, tiempo en el que Pedro Páramo no ha hecho otra cosa sino recordarla y aguardar su regreso. Susana es un personaje “que no es de este mundo”, del que se aísla y rechaza, envuelta siempre en ensoñaciones que la hacen pasar por loca, sobre todo tras la muerte de su esposo, y que la sumen en la soledad quejándose de su desdicha al mismo Dios al que impreca:
“¡Señor, tú no existes! Te pedí protección para él. Que me lo cuidaras. Eso te pedí. Pero tú te ocupas nada más de las almas. Y lo que yo quiero de él es su cuerpo. Desnudo y caliente de amor; hirviendo de deseos; estrujando el temblor de mis senos y de mis brazos. Mi cuerpo transparente, suspendido del suyo. Mi cuerpo liviano sostenido y suelto a sus fuerzas. ¿Qué haré ahora con mis labios sin su boca para llenarlos? ¿Qué haré de mis adoloridos labios?”
Abundio, el hijo parricida que a ojos de todos es un gran conocedor del mundo de los muertos haciendo de intermediario, a modo de Caronte, entre ambos espacios, “nos contaba como andaban las cosas por allá del otro lado del mundo, y seguramente a ellos les contaba cómo andábamos nosotros. Era un gran platicador”.
El Padre Rentería que ignora a los pobres y perdona todo a los ricos, incluso los crímenes de Pedro Páramo, por lo que vive con remordimientos que le hacen pensar, así se lo confiesa a su sobrina, que es un hombre “Malo. Un hombre malo. Eso siento que soy”.
…
Por toda la novela van desfilando un gran número de personajes que se mueven en una delgada línea entre la vida y la muerte, la ficción y la realidad se entremezclan y conviven en armonía, la ambigüedad domina la narración junto a la soledad, el pecado, la religión, la fantasía y todos los elementos propios del realismo mágico del que ya dije antes es ejemplo y casi obra seminal.
En la Biblioteca podéis encontrar bastantes ejemplares de esta obra así como de temas relacionados con la cultura y la historia mexicanas.
Para terminar y un poco al margen de lo estrictamente literario me interesa comentar que Juan Rulfo también fue un reputado fotógrafo como lo prueban la cantidad de exposiciones y libros publicados con imágenes de su México natal, sobre todo fotografías de arquitectura, paisaje y retratos de tipos y personajes del mundo rural de la época. Su obra fotográfica se puede datar entre finales de los años 30 y mediados de los 60 del siglo pasado. Como gran aficionado a la fotografía que soy y modesto coleccionista de cámaras antiguas (permítaseme la digresión) he intentado averiguar qué cámara utilizaba en su trabajo ya que tanto el formato (6×6) como el blanco y negro de sus fotografías me inducían a sospechar de un par de modelos. Finalmente pude encontrar el dato: usó durante muchos años una Rolleiflex TLR (Twins Lens Reflex) como puede verse en la foto adjunta que también muestra un fotómetro, posiblemente un Weston Master II.
Toda su producción fotográfica está realizada en blanco y negro, y así, en blanco y negro es como imagino yo la lectura de Pedro Páramo.
Para mayor claridad de cámara y fotómetro dejo imágenes de mis ejemplares de los modelos citados.
- John S. Brushwood y José Rojas Garcidueñas. Breve historia de la novela mexicana. Ediciones de Andrea, México, 1959
- Entrevista contestada por escrito para la revista mexicana Siempre! Nº 1051, 15 de agosto de 1973.
- Carlos Fuentes. Mugido, muerte y misterio: el mito de Rulfo. Revista Iberoamericana Nº 116-117, 1981
- Octavio Paz. “Todos Santos, Día de Muertos”en El laberinto de la soledad. Ediciones Cuadernos Americanos, México, 1950.
- TVE A fondo, 1977 Entrevistado por Joaquín Soler Serrano / Entrevista completa
Antonio F. Fernández Luque