Nader y Simin, una separación

26 de junio de 2015

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Abundan sin duda espectadores a los cuales la simple mención del cine iraní les disloca la mandíbula del bostezo que adoptan como reacción. Sin compartirlo, no les culpo. El clásico cine del país de la escuela de Abbas Kiarostami, lento y metafórico,  es capaz de unir a una pareja en el visionado provocando a la par el deslumbramiento de uno y el sueño del otro. Lo curioso de Nader y  Simin, una separación, estrenada en Irán en 2011, es que se aleja completamente de esa escuela sin perder su buen gusto, y convierte en absoluta minoría a los espectadores que no queden completamente atrapados durante poco más de dos horas.

Asghar Farhadi construye, “a priori”, una historia pequeña en un país donde predominan las reflexivas, grandes, con un mensaje que se torna trascendental. Partiendo de los conflictos de un matrimonio y la bola de nieve que provocan, se consigue una detallada descripción del espectro social del país a través de la exquisita capacidad de observación del director y su reflexión a través de personajes cotidianos y un extremo realismo en cuanto a la técnica. La crítica no es menos evidente por estar en segundo plano, desmigajando una sociedad en continua falta de entendimiento debido a las contradicciones entre la religión imperante y la occidentalización.

Nader y Simin son un matrimonio en proceso de divorcio debido a sus distintos intereses de cara al futuro; mientras Simin quiere abandonar el país en busca de un futuro mejor para su hija, Nader es incapaz de ni siquiera contemplar esa posibilidad porque siente el deber del cuidado de su padre, enfermo de Alzheimer. Cuando éste contrata a una cuidadora para su padre por las mañanas, se desatarán una serie de acontecimientos, malentendidos y engaños conducidos por unos personajes en los que prima el individualismo y el interés personal, los cuales, amprándose en el supuesto cuidado de aquellos que lo necesitan, consideran justificada cualquier artimaña o mentira. El director no juzga, deja en todo momento esa opción a un espectador que puede sentirse identificado con muchos personajes que destruyen mientras dicen proteger, pero que en principio actúan por intereses nobles. Éstos, los cuales nos resultan muy cercanos a pesar de las evidentes diferencias culturales, tienen una motivación determinada que no fluctúa a lo largo del filme, al contrario que la empatía moral del espectador dependiente del “quién toma la palabra en cada situación determinada”. Predomina la acción frente a la descripción, son introducidos a través de los hechos y es una llamada a la conciencia lo que les obliga, de alguna forma, a desvelar la información verídica.

La construcción narrativa se basa una sucesión de complejos diálogos, necesarios para abordar una realidad compleja. Los actores, en un trabajo espectacular, llenan de fuerza a la trama mediante una palabra veloz, entrecortada y viva, la cual, en combinación con una gran cantidad de imágenes, obligan al espectador a decodificar sin apenas tiempo y espacio para la reflexión pudiendo caer, de esta forma, en los mismos malentendidos que los personajes. La difícil interpretación abre la pregunta de hasta qué punto se trabaja con una asombrosa planificación o debemos la calidad del diálogo en parte a la capacidad de improvisación. De lo que no hay duda es de la magia y frescura que resulta del trabajo y de la perfecta combinación de los tiempos de la que Farhadi hace gala.

No escasean técnicas narrativas y temas que sobrevuelan la película sin hacer ruido pero que inciden decisivamente en convertir esta obra en indispensable, como la dosificación de la información característica de los mejores thrillers, o la maestría en la elipsis y en la presentación de distintos puntos de vista. Alguna clave de la película incluso queda en suspense (el plano final con cámara fija atendiendo a los dos protagonistas mientras la hija decide su futuro en los tribunales te deja con la piel erizada).  Sobre la mesa quedan expuestas la humillante situación de la mujer en el país, la inoperancia del sistema judicial, y la contradicción entre el individualismo y la conciencia en una sociedad en constante ebullición.

Yago de Torres Peño (alumno de la UC3M)

Categorías: Fancine

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