Malas palabras por Cristina Morales

25 de mayo de 2015

Malas palabras de Cristina Morales

Cubierta del libro en la Biblioteca de Ciencias Sociales y Jurídicas

 

Lo confieso: muchas veces compro los libros por la imagen que aparece en su cubierta y esta del libro de Cristina Morales me cautivó. En defensa de mi superficialidad debo decir que había leído una pequeña reseña que me decidió definitivamente a comprarlo. Porque Malas palabras nos cuenta lo que Teresa de Jesús podría haber escrito si se hubiese sentido lo suficientemente libre para decir lo que le hubiera dado la gana.

La autora imagina a Teresa, que empezaba a tener fama de mujer santa, escribiendo estos papeles a la vez que escribía su Libro de la vida. En este último, debía justificarse y alejar de sí las sospechas de ser una “iluminada”. Pero en los papeles imaginados por la autora se nos muestra a una mujer culta, de férrea voluntad y consciente del papel inferior y de sometimiento que las mujeres juegan en la sociedad de su tiempo. Así, incluso escribir sobre su vida, aunque sea por mandato de sus superiores, será juzgado siempre de manera negativa:

Te manda hacer pública tu vida para demostrar tu ruindad, no para desmentirla, porque ¿qué tiene de virtuosa una mujer que escribe y publica? Una mujer que publica es el colmo de la vanidad. Si escribe que es mala y se arrepiente, se dirá que es vanagloria. Si escribe que es buena, por fatua se la tendrá. Si escribe que es mala, ya tiene confesión el Santo Oficio. Y si escribe cómo funciona una rueca, se dirá que quién le ha mandado dejar la costura, que a coser se aprende cosiendo, y lo escrito ni se leerá.

Viviendo en el convento, Teresa consigue sortear el más grande sometimiento que debían soportar las mujeres: el del matrimonio y los sucesivos partos que acababan con su vida a una edad bastante temprana, como le había ocurrido a su madre, Beatriz, que moriría poco después de alumbrar a su décimo hijo.

Pero eso no significa que no experimentara los mismos sentimientos que las demás. Ella también se enamora y lo hace de su primo Diego, con quien juega a los martirios en la niñez. En esos juegos, ella tiene la necesidad de trangredir y de no ser siempre la mártir azotada, sino ser alguna vez la cónsul romana que ordena el castigo. Años más tarde, Diego le ofrece ser la reina de su casa pero para ella, eso no es suficiente:

Tú quieres las Indias y me quieres a mí, quieres el oro y quieres el moro. Me parece bien, el siglo lo propicia. Pero también yo quiero mi celda y mis libros, mi soledad y mi amante, a Dios y a mi voluntad cumplida. ¿Acaso no es legítimo quererlo todo?

No sé si los estudiosos de Santa Teresa estarán de acuerdo con la visión que da el libro, si es plausible lo que Cristina Morales imagina, o si está proyectando el pensamiento de nuestra época en el siglo XVI. Puede que Teresa no hubiera pensado así en realidad, pero para la mentalidad de hoy resulta verosímil que lo hiciera. Al menos a mí me resulta más interesante pensar que ella fue una mujer revolucionaria para su tiempo, un tiempo en el que quizá solo siendo monja podía una mujer sentirse un poco libre.

 

Marian Ramos

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