Cuando, el año pasado, estuve viendo Magical Girl, de Carlos Vermut, en una sala de los Cines Renoir (si la memoria no me falla, creo que era, en concreto, el situado en la calle de Martín de los Heros), estaba completamente seguro, sin necesidad de hacer una negociación con los titubeos de mi experiencia como espectador, de que se trataba de una gran película. Era evidente que formaba una unidad equilibrada, en la que la incitación a la curiosidad, los estímulos sobre la interpretación de significado y el manejo de la interacción entre los personajes y sus transformaciones emocionales se complementaban y estaban organizadas con un cálculo muy preciso. Una seguridad así era aún más sorprendente por la nacionalidad española de la película, ya que, prejuicios aparte, la llegada de una obra con el nivel de dominio formal y narrativo como el que tiene Magical Girl era algo deseado tras una sequía demasiado larga, y poblada de películas quizá parcialmente inteligentes o enérgicas, pero casi siempre insatisfactorias.
Esta fue mi impresión hace ya más de medio año y, aunque no he vuelto a verla, casi apostaría que volvería a repetirse en una segunda experiencia. Se la ha criticado más de una vez por ser demasiado hermética al azar, reacia a incluir momentos de libertad estética. Puede que sea cierto: falta algo de ese abandono al momento presente, carente de sentido, propio de la mayoría de las grandes películas. No obstante, Vermut lo compensa con la construcción de un sistema inteligentísimo en el que el conocimiento que se permite tener al espectador, el diálogo entre puntos de vista y las ambigüedades controladas producen una experiencia de visionado dinámica, constantemente sorprendente y que cuestiona las expectativas y juicios que habitualmente se afianzan.
Es necesario concretar más sobre la película: Magical Girl gira en torno a tres personajes cuyas vidas están marcadas por la dependencia, y se cruzan entre sí. Cada uno coge el testigo de la película en un momento dado, y “se hace cargo” de un fragmento, o episodio, si se prefiere. Éstos están identificados con una palabra: “mundo”, “demonio” y “carne”. Son los enemigos del alma según la doctrina católica, y para Carlos Vermut cada uno representa al enemigo de uno de los personajes. Si bien se trata de un simbolismo un tanto ambiguo, sí es razonable oponer a Luis contra el mundo, a Bárbara contra el demonio, y a Damián contra la (su propia) carne.
Pero olvidemos los símbolos. Magical Girl es una película que, más allá de sus brillantes referencias a un lugar y un tiempo preexistentes, puede bastarse con sus personajes, que están lo suficientemente vivos como para tener que apoyarse en otra cosa que no sean ellos mismos. Se relacionan de forma extraña, movidos por una parte de sí mismos que no llegan a controlar, tienen pasados que pesan sobre ellos, a veces nunca del todo conocidos, pueden ser amorosamente crueles, o vilmente nobles. A veces da la impresión de que, con cada nueva aparición, son ligeramente distintos, y que se podrían ir desplegando matices hasta formar un todo que no acaba de tener sentido. Lo mismo se podría decir del entorno en el que se mueven: un Madrid contemporáneo marcado por los contrastes y el choque de realidades culturales, en el que el clásico bar de callos y boquerones en vinagre puede estar muy cerca de una canción de pop japonés.
Es una buena noticia para todos que Magical Girl haya llegado por fin a nuestro fondo y esté disponible en la biblioteca. Con esta recomendación os deseo buen fin de semana.
Hugo Poderoso Silgado (alumno de la UC3M)