La bondad de las secuelas

23 de febrero de 2015

Don Quijote

Don Quijote, de Gustave Doré
Imagen: Wikimedia Commons

En mi familia, que siempre ha sido muy refranera, se ha repetido frecuentemente la frase “Segundas partes nunca fueron buenas” para menospreciar las secuelas de Hollywood. Pese a la insistencia, siempre me he rebelado contra esa afirmación tanto en el caso del cine como en el de la literatura: adoro las continuaciones y soy una forofa de las series de novelas de detectives.

No me sorprende que un autor decida hacer una secuela de su obra, o incluso toda una serie y que además el público pueda admirar tanto al protagonista, que no acepte su muerte, como ocurrió con Sherlock Holmes y Conan Doyle, pero sí me resulta fascinante que un autor diferente del original decida continuar una historia o inventarse lo que ocurrió antes de ese primer libro.

En nuestra literatura podemos tomar el ejemplo del propio Quijote, que poco después de su publicación fue continuado por Avellaneda, un autor que no sabemos a ciencia cierta quién es, pero que decidió escribir su continuación probablemente con el ánimo de molestar a Cervantes (hay estudiosos que piensan que tras Avellaneda se escondía el propio Lope de Vega). Un año después de la aparición del Quijote de Avellaneda, se publicaba la Segunda Parte escrita por Cervantes, quien contesta al autor desconocido tanto en el prólogo como en la misma historia. Desde luego, si la aparición de este Quijote apócrifo sirvió como acicate para la de la genuina segunda parte, al menos deberíamos agradecérselo, por muy malintencionado que el autor fuera. Si queremos rizar aún más el rizo, os recomiendo leer Ladrones de tinta, de Alfonso Mateo-Sagasta, en la que la búsqueda del verdadero autor del Quijote de Avellaneda es la excusa para una divertida novela de aventuras ambientada en el Siglo de Oro. También debemos dedicar unas líneas a Andrés Trapiello que ha continuado la novela donde la dejó Cervantes con Al morir Don Quijote y la reciente El final de Sancho Panza y otras suertes, donde el autor se imagina cómo fue la vida de Alonso Quijano antes de armarse caballero y también cómo fueron los detalles desconocidos de la vida de Cervantes.

Imaginar cómo fue la vida de un personaje inventado por otro autor antes de que protagonizara la historia original, fue lo que hizo Jean Rhys en Ancho mar de los Sargazos. El Rochester de Jane Eyre aparece aquí en una isla del Caribe para casarse con una heredera criolla, Antoinette Cosway, que no es otra que la esposa loca conocida como Bertha Mason en la novela de Brönte. Lo interesante en esta historia es conocer el inicio de esa relación e intentar averiguar los motivos que llevan a Antoinette a la locura, además de ofrecernos una mirada diferente y nada romántica del personaje masculino. Otra cuestión inquietante en la novela es la atmósfera opresiva que la autora consigue crear en los paisajes supuestamente idílicos del Caribe.

Parafraseando su famoso comienzo, es una verdad universalmente aceptada que Orgullo y Prejuicio es una obra que ha suscitado un inmenso interés: adaptaciones al cine, a la televisión, y cómo no podía ser de otra manera, secuelas escritas por otros autores. Empecemos por la más bizarra: Orgullo y prejucio y zombis en la que Elizabeth Bennet tiene que enfrentarse a una plaga de muertos vivientes (particularmente, me habría gustado más que fueran vampiros, pero no se puede tener todo). También P.D. James se empeñó en amargarle la existencia a Elizabeth y Darcy, pero ya una vez casados, llevando la muerte a Pemberley.

Finalmente, vamos a hablar de la novela La rubia de ojos negros de Benjamin Black, seudónimo que utiliza John Banville cuando escribe novela negra. Esta vez el autor se atreve con Philip Marlowe, con el beneplácito de los herederos de Raymond Chandler. En su novela, Marlowe no es tan duro como lo recordamos, sobre todo en la encarnación que de él hizo Humphrey Bogart, aunque responde como aquel al honor y la caballerosidad que se están perdiendo en la actual novela negra, cada vez más violenta, según el propio Banville. Por lo visto, el título era uno de los que el propio Chandler había barajado para novelas protagonizadas por Marlowe y que no tuvo tiempo de escribir. Curiosamente, también han “resucitado” en los últimos tiempos James Bond (Solo de Wyliam Boyd ) y Hércules Poirot (aún no se ha publicado la secuela escrita por Sophie Hannah).

Y vosotros ¿adoráis las secuelas?, ¿os gustaría que vuestro autor favorito escribiera la continuación de alguna gran novela?

Marian Ramos

Categorías: 365 días de libros

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