El concepto del que parte la reflexión fundamental de esta película documental es el término espigar, que tomado en sentido amplio se refiere a tomar todo aquello que sobra y es desechado por no considerarse válido.
A partir de aquí Agnès Varda establece un paralelismo entre las espigadoras de antaño que recogían los granos de trigo y arroz sobrantes de la cosecha y los espigadores de hoy en día, que son todas las personas que recogen aquello que los demás desperdician, ya sean verduras y frutas, que pueden servir de alimento para personas sin recursos, electrodomésticos o cualquier tipo de objetos que reutilizados o reciclados todavía pueden tener una utilidad práctica o, incluso, artística.
Por tanto, este documental muestra un compromiso ético con la pobreza en el primer mundo y, sobre todo, provoca una profunda reflexión sobre las leyes del mercado y el derroche de las sociedades consumistas en las que vivimos. Además, propone al espectador que siga el ejemplo de muchas personas y se decida a espigar, a sacar provecho de lo que cree que no lo tiene en absoluto. Este hecho se refleja muy bien en el muchacho que trabaja como voluntario dando clases de francés a inmigrantes.
En el plano más técnico destaca la gran originalidad y espontaneidad que rezuma el documental, además de la utilización de planos originales y de una estructura bastante libre, aunque siempre cohesionada y con un discurso claro, en el que se hace referencia constante a obras pictóricas relacionadas con el oficio de espigar y se van mostrando diversas experiencias de personas de distintas ciudades. A menudo la directora, que actúa de narradora con su voz en off, se convierte en una protagonista más, sale en pantalla con su MiniDv o se graba a sí misma, dando a entender que ese documental es fruto de su propia construcción subjetiva de la realidad, de un enfoque determinado.
Ya de por sí un documental es percibido como una obra realista porque aparecen testimonios de gente corriente, se graba con luz natural, generalmente la calidad de la cámara es inferior que en el cine y todo esto nos hace percibirlo como más verosímil. No obstante, somos conscientes de que existe un montaje creativo que persigue transmitir un significado. No es resultado del azar, sino de decisiones meditadas. Laura Valdés Cerdán