Primer intento:
Me até todo alrededor gran cantidad de frascos llenos de rocío, y el calor del sol, que los atraía, me levantó tan alto que al cabo me encontré por encima de las nubes más altas. Pero como esta atracción me hiciera subir demasiado deprisa y, en lugar de acercarme a la luna, como yo quería, me pareciera más lejana que al partir, fui rompiendo alguno de los frascos hasta que sentí que mi peso superaba la atracción y descendía hacia la tierra.Segundo intento:
Con una máquina que construí y que imaginaba capaz de elevarme tanto como deseara, me lancé al aire desde la cumbre de un peñasco. Pero, por no haber tomado bien mis medidas, caí bruscamente de cabeza en el valle.Tercer intento:
Me di cuenta entonces de que, encontrándome la luna en menguante y acostumbrada durante ese cuarto a chupar el tuétano a los animales, sorbía aquél con que me había untado con tanta más fuerza cuanto que su globo se hallaba más cerca de mí, y sin que el obstáculo de las nubes debilitara su vigor.
Y cuenta Cyrano cómo cayó sin dolor no en la superficie de la luna, sino en las ramas del mismísimo Árbol del Bien y del Mal, y encontró en la luna ríos y avenidas y bosques, y jardines de flores, y en el jardín se cruzó con el profeta Elías, el demonio de Sócrates y selenitas invisibles.
Son fantásticos (en el doble sentido de la palabra) dos fragmentos de este libro: su apología del repollo y su descripción anticipatoria de magnetófono portátil. Encuéntralos.
Las ilustraciones de Grandville que suelen adornar las ediciones del Viaje a la luna de Cyrano se pueden apreciar en esta magnífica reproducción facsimilar debida a Gallica, el portal de la Biblioteca Nacional de Francia.