Jules Verne, ese desconocido, de Miguel Salabert

19 de enero de 2009

Presentamos en esta ocasión una exposición bibliográfica sacada de la misma estantería: tenemos los bibliotecarios un número llamado 929 en el que colocamos todas las biografías, sean de científicos, exploradores, asesinos en serie, actrices de Hollywood, presidentes del gobierno, futbolistas de élite o monarcas difuntos. El género biográfico, que en las estanterías inglesas (de las casas de los lectores, de sus librerías y bibliotecas) ocupa un lugar preferente, siempre ha quedado en España muy al fondo, a la derecha, cerca de la Paleografía.
Los lectores que amamos leer la vida de los demás, sea en forma de diarios, dietarios, biografías, autobiografías, “novelas del yo”, autoficciones, blogs y prensa del cotilleo podemos bucear entre las estanterías y encontrar, como proponemos a nuestros alumnos en esta ocasión, una crónica de los años duros en las memorias del cantautor y diputado Labordeta, una visión de Mozart que nos haga olvidar de una vez por todas la imagen que nos brindó la película “Amadeus”, la historia viva de Hillary Clinton cuando sólo era la primera dama de la nación más poderosa del mundo (a partir de mañana 20 de enero quizá pase a ser “dama de hierro” por su nuevo cargo), las vidas errantes, sin dejar de ser victorianas, de las mujeres que amaron el mundo árabe, o las variadas hipótesis sobre el nacimiento y orígenes de Cristóbal Colón.
Como muestra, traemos a la portada una reivindicación de Julio Verne, escrita por Miguel Salabert y editada por Alianza en 2005.

“Me siento el más desconocido de los hombres”, confesaba Verne en los últimos
años de su vida, consciente ya de que su celebridad universal se basaba en un
malentendido, en una interpretación tan superficial como errónea de su obra
(…) el “caso Verne” es excepcional. Verne nunca ha desaparecido. A la cabeza
de los escritores franceses por el número de traducciones, según la UNESCO, sus
obras han continuado siendo reeditadas en todo el mundo. Y sin embargo, se diría
que ha permanecido preso de un encantamiento, como un mago Merlín.

Hijo rebelde de un abogado de Nantes, a los 12 años se enroló de grumete en un mercante, del que le sacaron quizá de las orejas; a los 19 años y ya en París, en lugar de estudiar Derecho, que es para lo que allí estaba, se dedica a escribir comedias y operetas y a la vida social; conoce a una viuda, se casa con ella, y aprende de su cuñado el oficio de agente de Bolsa, que compatibilizará con su oficio de escritor, ahora ya de novelas, comenzando con “Cinco semanas en globo”. A lo largo de su carrera vemos cómo evoluciona desde el optimismo ante los avances de la ciencia hasta el pesimismo por el nefasto uso que el hombre hará de ellos y de sí mismo.
Como otros grandes escritores, el gran visionario murió ciego.
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